Capítulo 11.

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No sé por qué tuve la maravillosa idea de darles la llave de mi apartamento.

Hace unos meses, cuando llegué a este piso, me dieron tres llaves idénticas para la puerta principal. Me quedé yo una, y como mi familia vive en Barcelona, les di las dos restantes a mi familia madrileña. Una copia se la entregué a Lucía y la otra a los gemelos. Pues bien, anoche, con la tontería y los chupitos, a Rubén y a mí se nos hicieron las tantas de la madrugada. Así que hoy, cuando mi despertador ha sonado, lo he ignorado por completo. Por lo visto, esta mañana han estado hablando mis mejores amigos para ir a comer a un italiano y luego ver alguna peli en el cine, pero como no les he contestado, han decidido que sería una buena idea presentarse en mi casa a despertarme.

Así que, ahora mismo, a las 12 del mediodía, estoy pasando la aspiradora por encima de la alfombra de mi cuarto, que está llena de cristales rotos del vaso de agua que tenía en la mesilla de noche y que he tirado al suelo sin querer cuando los gilipollas de Lucía, Rob y Diego me han despertado de golpe.

-¿Ya te has arreglado? -me grita Lucía desde la otra punta del piso.

--¡Todavía sigo limpiando! Es culpa vuestra, que sois idiotas. Y tardaríamos menos si movierais vuestros culos de mi sofá y me ayudarais. -les grito recogiendo el ultimo trozo de cristal.

-Nena, si quieres yo te ayudo a ducharte. -me sugiere Rob riendo.

-Y si luego necesitas ayuda para vestirte, yo me ofrezco voluntario. -añade Diego riendo también. Vaya par. Como les quiero.

Decido ignorarles completamente y me meto en la ducha. Cuando salgo, oigo a tres voces que cantan, o mejor gritan, al otro lado de la pared. Me echo a reír al imaginarme el panorama y me pongo a rebuscar en mi armario. Cojo unos jeans oscuros, un jersey gris, al que añado un collar muy grande plateado y con toques turquesa, unos anillos y pendientes a juego con el colgante, y unos tacones altos negros. Cojo una chaqueta de cuero negra y un bolso negro también. Me lo pongo todo y, móvil en mano con Twitter abierto, me dirijo hacia el comedor.

-¿Nos vamos? Os llevo yo. -añado cogiendo las llaves del coche y saliendo por la puerta.

(.......)

Una cola larguísima de espera, bloquea la puerta de entrada al restaurante italiano de moda en Madrid. La verdad es que no me extraña para nada las largas colas que se forman. Se come de maravilla. Y como enorme fan de la comida italiana, tengo derecho a opinar. Como suelo hacer en casos de cola, recurro a la popularidad de Sergio para no tener que esperar. Me acerco al portero que hay delante de la puerta.

-Soy Nora Aymamí, ¿puede decirle a Ricardio que he venido? -le digo amablemente. Que sea rica no significa que tenga que ser una puta borde. Ricardio es el dueño del restaurante. Como buen amante del futbol que es, conoce a mi hermano, y por tanto a mí. Y nos adora a ambos. En pocos segundos en que el portero habla por un pinganillo escondido en su oreja, me sonría y me deja pasar, a mí y a mis tres amigos. Dentro nos reciben como si fuéramos reyes. A mí me costó bastante acostumbrarme a la capacidad de decir mi nombre y conseguirlo todo, pero a veces me gusta sacarle provecho.

Comemos increíblemente bien y después de terminar y de pagar una escandalosa aunque merecida cuenta, salimos del restaurante discutiendo que película ir a ver. Lucía quiere ver la nueva de Cameron Díaz. Rob quiere entrar a una de terror. Diego dice que se la suda todo pero que quiere sentarse. Y yo voto por ver algo con muchos disparos, muchos golpes, mucha sangre y mucha acción. Ya en la puerta, les amenazo con dejarles tirados en el cine si no vamos a ver la película que yo quiero, así que acabamos sentados en una sala enorme, por ahora absolutamente solos y a punto de ver una película que seguro me encantará.

Tu tan de Ron y yo tan de Vodka. [Rubius]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora