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-¿No dices nada, Sagitario?- la voz volvió a interrumpir la escena.

El arquero mantuvo la vista clavada en un lugar intermedio entre el suelo y la pared, no quería terminar de aceptar lo que ya sabía de antemano. No era estúpido, desde pequeños ambos mellizos siempre habían estado demasiado cerca al punto de involucrarse con sus decisiones de salir con cuál o tal persona. Y la decisión repentina de salir con Acuario solo había acarreado consigo peleas y malos comportamientos por parte de los dos pequeños.

Pero, estaba seguro de que lo habían superado, es decir, Leo se acostaba con Libra y pasaba muchísimo tiempo con él; y Aries parecía estar en paz (o más dinámico) con Géminis.

"A la mierda todos", de vuelta "no".

Ambos castaños (uno teñido) lo miraban desde lo lejos; no se veían entre ellos y tampoco buscaban los ojos del mayor, pero sentían la tensión que se estaba formando, el deseo de que solo uno pudiera atraparlo, la competencia, la avaricia. Todas las emociones comenzaban a desbordarlos y en cualquier instante uno u otro avanzaría.

Se pararon a la vez, uno a cada lado de la cama. Había resentimiento y vergüenza por toda la habitación, un poco de odio por la vida adolescente que no pudo ser disfrutada por cuidar de dos, un poco de asco por quien no había sido salvado a tiempo, un poco de dolor por quien había sido excluído.

La familia fuego era indiferente y dura, con verdades calladas y sentimientos pisoteados, pero, ambos mellizos caminaron, lento, hasta quedar a una corta distancia del chico que ya no era el más alto de los tres, apenas por una frente.

Otra vez esa cuestión, esa pregunta, esa carga, esa... necesidad, "¿Y si los hubiera dejado?, ¿y si me hubiera escapado?, no, sí. Los odio, no, ¿los amo?, menos".

El centauro no movía ni un cabello, apenas respiraba, parecía muerto o en shock, no había forma de comprobarlo..., si no podías tocarlo, pero ellos dos sí.

"¿Y si yo los hubiera matado?, ¿por qué no los asfixié cuando eran bebés?, me caían mal, robaban mi protagonismo, no, me salvaron", esa asfixia, la culpabilidad, la soledad, el miedo.

Aries se posicionó detrás de Sagitario y, abrazándolo, comenzó a morderle el cuello. Leo se puso adelante y le mordió los labios, dispuesto a recorrerle toda la boca con su lengua. El arquero no daba muestras de vida, pero respiraba.

Entre los dos lo llevaron a la cama, mientras lo manoseaban, todo aquello que no habían podido hacer solo por ser, solo por llevar, por arrastrar como una cruz, la etiqueta de hermanos. Los mellizos estaban perdiendo la cabeza, ya ni siquiera estaban seguros de recordar sus nombres.

"Ojalá se hubieran muerto".

Arrodillaron a Sagitario entre ellos dos y se colocó uno a cada lado, cuidando de no caerse, lo último que querían era arruinar el momento y despertar al mayor que estaba en un extraño estado sumiso poco común de él.

"Ojalá yo me hubiera muerto".

"¿Acaso así se pone cuando tiene sexo?", la idea recorrió la cabeza de ambos, y se lo imaginaron hecho un lío, gimiendo, tirado en la cama rogando que parasen. Un escalofrío los recorrió y sin pensarlo demasiado Aries comenzó a chupar su pezones mientras Leo se ocupaba de prepararlo. 

"¿Por qué no nos maté a los tres?".

En el momento en el que ambos comenzaron con ese tipo de contacto el chico salió de su trance.

-¿Qué caraj- Leo le tapó la boca y Aries lo escaló dejando chupones por todos lados.

El centauro tomó las manos del león, comenzó a forcejear para quitárselas de encima pero no pudo hacer mucho cuando el ariano tomó sus brazos y lo retuvo.

Asesino zodiacalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora