22. Proposición

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punto de vista de Enjolras.

El día después de mi propio corte de pelo, las preguntas de mis compañeros sobre el porqué habría de hacer yo algo así no sobraron durante el transcurso del día. Lo cierto es que el cortarme yo mismo el cabello a modo de hermandad para con Elizabeth, para que no se sintiera sola en su desgracia, fue algo que estuve premeditando todo el día. Por la mañana, la vi sin que ella me notara, pararse frente al espejo y pasar una mano por su cabello con expresión abatida. Pero me sentía orgulloso de ella; había dado algo que le era preciado, objeto de cumplidos por los demás, por algo en lo que creíamos con el alma entera. Yo no pensaba que se viera menos bonita con menos melena, la verdad es que contra todo pronóstico se veía muy bien con el pelo corto, aunque seguramente nadie más lo pensaría.

El resto del día me ausenté, y cuando regresé por la noche, tome mi decisión. Cogí unas tijeras de la cocina y me encerré en el baño para realizar mi tarea. Sin darle muchas vueltas al asunto, agarré el pelo y por encima de la cinta que lo mantenía todo junto y comencé a cortar. No me tomó mucho, porque tampoco me importaba demasiado como se viera al final, pero me demoré algo más de lo que esperaba, pues no sabía que tenía tanta cantidad de pelo. Cuando salí, al principio se sorprendió, y por su cara parecía haber presenciado un asesinato. Justo después, se carcajeó, y yo sentí que mi labor había tenido el efecto deseado. Me guió la atenta dama de nuevo al baño para arreglar el estropicio, que según su juicio, me había hecho. Tomó una silla y me obligó a sentarme en ella.

-¿ Qué estilo de corte desea el caballero?- bromeó.

-El que antes me vaya a mandar a la cama.

A través del espejo la podía ver concentrada manipulándome la cabeza. Sus manos eran pequeñas y suaves, aunque yo eso lo sabía de antes, puesto que ya había tenido el placer de tomarlas entre las mías. De vez en cuando, soltaba alguna tontería de las suyas para hacerme reír, pero lo que me hacía esbozar una pequeña mueca era el hecho de que le causaban a ella más gracia que a mi. También pasaba a veces su mano delicada por mi nuca, o soplaba en esta despacio para quitar los restos de pelo, lo que me causaba una sensación que se me hacía agradable en el pecho, y me hacía estremecer un poco, deseando que no apartara la mano de mi cuello. Las caras que ponía mientras trataba de igualar el corte eran las mismas que hacía al leer una palabra que no entendía, o al intentar tocar una nueva pieza en el piano, o al escucharme hablar en el Musain, cuando decía algo que ella consideraba importante. Su cara era agradable de ver, y tenía muchas expresiones que la hacían tener gran personalidad, cosa que según me han dicho y sé, yo carezco.

Ayer de hecho, hizo un comentario que me descolocó un poco, pues estableció que ella no era bonita. Creí que bromeaba, pero al notar que lo decía de verdad, me decepcioné, porque sonaba tonta diciendo eso. ¿Cómo no podía saber que era muy agradable? Yo mismo lo sabía desde el momento en que la conocí, pues aunque no me interesa en lo más mínimo, no soy ciego a la belleza. Mi propia familia destacó su buen ver y su elegancia discreta. Courfeyrac incluso, aunque no lo oí de su boca, pero le conocía como si leyera su pensamiento, probablemente tuvo intenciones nada inocentes con ella cuando no se conocían demasiado. De hecho, cuando no está, los hombres tienden a tenerla como tópico recurrente en sus conversaciones, lo cual era exactamente lo que me temía si una mujer formaba parte de nuestra sociedad (aunque no me arrepienta de haberla aceptado). En fin, siempre decían lo guapa que era, lo inteligente y vivaz, astuta y amable que podía llegar a ser. El bueno de Jehan, era sobre todo el que más admiración parecía tenerle. Lesgle le aconsejó pedirle matrimonio, a lo que él contestó:

-Os equivocáis con mis intenciones para con Elizabeth. Si me hubieras preguntado hace un par de meses, admito que lo hubiera hecho. Pero Elizabeth es sólo una buena amiga y confidente además de un recurso literario recurrente en mis poemas.

MADEMOISELLE ELIZABETH || Les Miserables Donde viven las historias. Descúbrelo ahora