4. Los Bennet

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La familia de Michael Bennet era sin duda una sacada de novela. Venían todos  vestidos con ropa de buena calidad, con una postura regia que yo no conseguiría ni en mis mejores sueños, y con un aire de humildad agradable para cualquiera que pasaba tiempo con ellos.

Las hijastras de Michael eran muy vario pintas; Claude, la mayor, tenía 19 años y los ojos verdes más bonitos que yo haya visto en mi vida; Marianne, a la que decían cariñosamente Mary, era sólo once meses menor que su hermana, y tenía unas pecas por el rostro, lo que le hacía objeto de burlas por parte de sus hermanas menores; Angèle, tenía catorce años, pero parecía de mi edad casi; Josephine, o Jo, que no se callaba ningún comentario, ya fuera bueno o malo, y tenía una especie de rebeldía acorde con su época, deseaba ponerse a la altura de sus hermanas mayores y ser tratada con la misma cordialidad. Aunque por supuesto no era tratada de igual forma, ya que sólo tenía doce años; y luego estaba la pequeña de diez años, Agatha, que era muy tímida y con la que apenas hablé.

El pequeño Albert era muy tierno, y se parecía a su padre, con un pelo rubio ceniza y unos ojos bien redondos. Con cuatro años, era muy cariñoso, a la vez que curioso y avispado. Se ganó una colleja de su padre cuando intentó meterse debajo de mi falda.

Madame Bennet era una mujer muy guapa. Cuando la vi, me recordó un poco a mi propia madre; era más bien baja, de pelo castaño y ojos verdes rasgados. Su sonrisa era afable y me dio buenas sensaciones. Debía rondar los cuarenta y cinco años.

Las hermanas mayores parecían muy emocionadas por conocerme, a lo que me sentí alabada. En un momento, sin embargo, me sentí abrumada por la cantidad de cumplidos que me daban a cada rato, sobre mi pelo, mis ojos, o mi altura. Nunca he sido buena recibiendo piropos, y me puse roja cada vez que salía alguno de su buena fe. Yo los agradecía e intentaba devolvérselos, con más o menos éxito.

Michael y yo teníamos una dinámica cuanto menos cómica. Él tenía un humor un tanto cínico, y yo disfrutaba respondiendo a sus comentarios punzantes. Me caía muy bien, era como un tío gracioso. También sentía que tenía una deuda con él; a fin de cuentas, dios sabe que me hubiera pasado si él no hubiera estado para ayudarme.

Después de la cena, nos retiramos al salón; las hijastras de Michael cantaron unas cuantas canciones y tocaron el piano. Escucharlas cantar a todas era un placer, pues lograban armonizar sus voces de forma que asemejaban un pequeño coro celestial. Pidieron que yo tocara algo también. Un poco a la fuerza, me acerqué al piano y me senté.

Me estaba aficionando bastante al instrumento; desde siempre me había interesado, pero nunca me habían apuntado al conservatorio, aunque a veces tocaba por mi cuenta algunas canciones buscando tutoriales en internet. Por desgracia no me acordaba de ninguno entero. La pieza que mejor me sabía era de la banda sonora de Orgullo y Prejuicio, y no estaba completa. Al final toqué una sinfonía muy sencilla de Bach que había aprendido no hacía mucho.

Aún así me aplaudieron, y Angéle mostró sus deseos de algún día hacer un dueto conmigo.

— Mademoiselle Elizabeth —me dijo Claude cuando la familia ya estaba por marcharse —me gustaría mucho que nos acompañara a pasear un día de estos, ¿le apetecería?

— Por supuesto, estaría encantada.

Aquella noche no pude dormir; tenía la cabeza en el encuentro que sufrí con Courfeyrac. Era demasiada coincidencia que la descripción del supuesto personaje ficticio se acoplará a la perfección con la del joven que vi por la tarde. Di mil vueltas por la noche, creando todo tipo de teorías, hasta que por fin, me quedé dormida.

A la mañana siguiente, cuando Monsieur Gilliard se fue a la universidad, salí a caminar, rumbo al barrio st Michel. Si el Courfeyrac que vi ayer era el mismo Courfeyrac de los Miserables, en Café Musain tenía que estar allí. Imaginé por un momento como sería el encontrar el sitio, ¿luego qué haría? No podía simplemente entrar y preguntar por la organización secreta que tenían allí; de hecho, ni siquiera sabía si en 1830 ya estaba el grupo de revolucionarios formado. Me lo pensé mejor, y tomé un desvío en mi camino.

Decidí explorar el París en el que me encontraba. Era cuanto menos pintoresco; ya había edificios que se asimilaban un poco a los que formaban parte de su arquitectura en mi siglo. Paseé por los Campos Elíseos, y me paré frente al arco del Triunfo. Podía parecer una tontería, pero realmente parecía mucho más nuevo. Intentaba localizar dónde se situaría dentro de unos 60 años la Torre Eiffel, cuando una vocecita me sacó de mi ensoñamiento.

—Mademoiselle Elizabeth, ¿qué hace usted por aquí? —Claude y Mary se acercaron a mi.

—Oh, pues estaba visitando un poco la ciudad. —respondí —¿y ustedes?

—Venimos de recoger unas cintas para nuestros vestidos de fiesta; padre se enteró ayer de que nos han invitado a una dentro de un mes.

—¿Una fiesta? ¿No será de Monsieur Lacroix verdad?

—¡Sí, justamente! ¿Usted también está invitada? —asentí, aunque dejé claro que nuestra asistencia estaba todavía en el tintero —¡Pero debe ir! Lo pasaremos muy bien, ya verá.

—Admito Mademoiselle, que no conozco los bailes de moda en este país. —dije rápido.

—Venga con nosotras, le enseñaremos.

Sin saber muy bien cómo, acabé dejándome arrastrar por las muchachas, a pesar de luchar contra todas mis fuerzas. Me metieron en su carruaje; era mi primer viaje en uno de estos, y no fue para nada como lo esperaba. Sabía que se movería mucho, pero no esperaba que me zarandeara tanto, y me pregunté como ellas podían mantener la postura sin problema.

Cuando llegamos a su casa, pude comprobar que si que tenían dinero: tenía tres pisos, y un jardín inmenso; la de Monsieur Gilliard no podía permitirse tanto terreno, ya que estaba dentro de la ciudad, y no en la periferia. Cuando entramos por la puerta, mandaron a un criado a que informara a  mi tío de dónde me encontraba, y comenzaron las lecciones de baile.

La verdad es que hacía mucho que no me lo pasaba tan bien: las Bennet eran muy risueñas y divertidas. Me sentía como si estuviera con mis amigas, aunque sus modales eran más guardados por supuesto, ellas adoraban divertirse y hacer comentarios chistosos, sobretodo
Jo. Todas participaron en mi enseñanza; Mary y Claude enseñaban los pasos de las danzas más populares, mientras que Agatha tocaba el piano, y Jo imitaba al hombre para poder bailar conmigo. El vals todavía no estaba muy de moda, así que era sencillo y fue fácil. Los más complicados, sin embargo, eran mis favoritos; se daban vueltas, saltos y palmadas. Me sentía dentro de una novela de época (más o menos lo estaba).

El día pasó entre risas, tropiezos y anécdotas de cada una. Llegamos a tutearnos, y tomamos el té juntas. Pude ver algo de cada una. Sentía que con Claude era con quien más conectaba, porque su naturaleza afable me hacía sentir calmada, y me ayudaba a guardar las formas; Mary era mucho más pilla y atrevida, mientras que Angéle era como Agatha, reservada. Y aunque a Josephine le gustara meterse con sus hermanas, podía ver que las quería mucho e intentaba copiar los buenos modales de las mayores.

Sobre las seis de la tarde llegaron a la casa Monsieur Bennet y Monsieur Gilliard, a lo que acto seguido las niñas se abalanzan sobre ellos.

—Padre, debes convencer a Monsieur Gilliard de que vayan a la fiesta de Monsieur Lacroix.

— Hemos estado enseñando a Elizabeth a bailar, y se le da de maravilla.

—¡Tiene los pies muy ligeros! —hablaban todas a la vez, pisoteándose las palabras, por lo que no pude contener la risa.

—Veo que os lleváis bien. —dijo simplemente. —pero esa no es mi decisión para tomarla.

—Estoy más que seguro de que con la ayuda de estas jovencitas, Lizzie dominará la danza que se proponga sin problemas. —sentenció Monsieur Gilliard, confirmado que sí iríamos al baile. Las chicas saltaron en júbilo y me dieron muchos abrazos y besos, llenas de alegría.

MADEMOISELLE ELIZABETH || Les Miserables Donde viven las historias. Descúbrelo ahora