21. Cortes

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Los hombres, que ya estaban acostumbrados a mi presencia en el café, apuntaron mi regreso a las reuniones como un acontecimiento positivo. Yo me sentía más querida, porque ahora solo estaban Les Amis de l'ABC "originales" como los llamaba yo (y también otro par que no parecía molesto con mi presencia, uno de ellos el señor Montero, pero esos no venían regularmente); los otros hombres, que antes eran hostiles conmigo y reacios a la presencia de una mujer, no estaban ya, pues habían pasado a las reuniones de los trabajadores. Seguíamos también con la labor de la educación de los niños. Gavroche ya podía leer y comprender lo básico, pronunciaba mejor las palabras, lo que hasta hace poco le costaba, y escribía con algo de soltura, aunque con faltas de ortografía. Combeferre le enseñaba cuentas matemáticas, y todos aportaban los conocimientos que podían serle útiles. Al final, más que una tapadera fue una verdadera preocupación, hasta un día fuimos a visitar a el resto de los niños que vivían con Gavroche, y nos sentamos con ellos a leer un rato.

Un domingo, Madame Lefroy trajo un paquete mientras que desayunábamos. Se lo dio a Enjolras y se retiró.

—¿De quién es?— pregunté mirando en papel marrón. Sacó la nota que estaba bajo la cuerda que ataba el envoltorio.

—No es para mi. Es para ti— con sorpresa lo cogí.— ¿Qué pone en la nota?

" Para Madame Enjolras por ser fiel lectora de mi obra, le regalo este manuscrito de mi más reciente novela, y espero que la disfrue tanto como dijo disfrutar las anteriores. V. Hugo"— leí en voz alta. Le pasé la nota a Enjolras para que la viera. Desenvolví el paquete con emoción, adivinando cual de sus obras era, y efectivamente acerté: en la tapa del libro se podía leer en francés "Nuestra Dama de París".

—Qué suerte, Elizabeth— dejó la nota a un lado tras leerla.— ¿Me presentarás algún día a Monsieur Hugo?

—Tal vez, si lo encontramos por la calle, o si mi tío nos vuelve a invitar.— le entregué la novela para que la viera— pero me temo que Monsieur Hugo es un hombre muy ocupado.

—Me imagino.— ojeó las páginas— ¿me dejarás leerlo?

—Por supuesto; siempre que no pierdas la página por la que voy yo y no moleste que subraye y apunte cosas.

—En absoluto. Siempre que a ti no te importe que yo también lo haga.

El resto de la mañana la pasamos juntos en el salón, cada uno haciendo sus cosas; yo estuve escribiendo cartas a la madre de Enjolras, que mantenía correspondencia conmigo muy a menudo. Al principio era para preguntarme sobre mis periodos, y para decirme lo feliz que fue ella cuando se enteró de que iba a ser madre. Eso nos ponía muy nerviosos, hasta que Enjolras le escribió diciendo que esperaríamos hasta que acabara sus estudios, y aunque no era lo que querían sus padres, a regañadientes lo aceptaron pues nada tenían que hacer en esta decisión. También le escribí una breve carta a Victor Hugo para agradecerle por su regalo, que venía firmado y todo. Después, empecé con la lectura; estos libros antiguos se me hacían a veces difíciles de leer, por lo densos que eran y por el francés antiguo, que gracias a Dios tan viejo no era, pero que con todo ello seguía contenido expresiones y palabras que escapaban de mis conocimientos.

Enjolras estaba en la mesa, escribiendo. No sabía si escribía algún discurso o eran trabajos de la universidad, pero me decantaba por lo segundo, ya que lo hacía sin prisa, con falta de pasión en sus movimientos. Le miré unos instantes; ninguno teníamos intenciones de salir hoy, pues estábamos algo vagos, por lo que no se molestó siquiera en ponerse un chaleco o zapatos; la camisa no estaba arreglada, y tampoco llevaba fajín. Su pelo estaba como siempre, aunque algo más desordenado, recogido en la nuca sin muchos miramientos. Le daba el sol que entraba por la ventana en la cara, haciendo que su piel blanca brillara y que su cabello diera la impresión de tener una aureola. Parecía un ángel, y yo no había visto jamás un hombre tan atractivo en mi vida, tan inteligente y culto, con tanta pasión por la justicia y con verdadero afán de hacer el bien común. No era caprichoso, y no le apenaba señalar lo que estaba mal y era injusto.

MADEMOISELLE ELIZABETH || Les Miserables Donde viven las historias. Descúbrelo ahora