34. El Sena

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Punto de vista de Gilliard.

No estaba yo muy acostumbrado a los trenes de esta época; eran demasiado lentos y demasiado ruidosos. No me gustaban, de todas formas, los trenes en general, siempre me traen malos recuerdos de la guerra.

Miré a Enjolras sentado mirando por la ventana; había pedido que lo dejáramos solo hasta llegar a París, y cómo no íbamos a concederle esos momentos de tranquilidad antes de la dura experiencia que iba a ser ver el cuerpo de su hijo tras ocho meses de incertidumbre, pero a sabiendas de que ya se había ido de este mundo para siempre. No hubo en la casa de los Enjolras ni un solo minuto de ni un solo día en el que alguno de los miembros de la extensa familia sugiriera que tal vez estaba con vida.

-Bueno, ¿qué?- Michael, que parecía aburrido del silencio, lo rompió.

-"¿Qué?" Pues no sé; pronto llegaremos y va a ser... desde luego, una experiencia.

-Y que lo digas; un cuerpo en agua dulce tarda en descomponerse unos dos años, no quiero ni empezar a imaginar como estará el cadáver del pobre muchacho.

-Baja la voz, su padre podría oírte.

-Perdón- dijo bajando el tono- sabes, no me caía mal Enjolras. Pensaba que era un chico inteligente, y su pasión por lo que creía era admirable. No me extraña que la niña se enamorara de él.

-No me hables de la niña ahora, haz el favor. No sé como pensé en casarlos.

-Tú ya no estás bien de la cabeza, Gilliard. Yo te mostré mi descontento con eso, en especial sabiendo lo que le esperaba al chico, y Elizabeth está también medio loca; si no hubiéramos aparecido a tiempo el día del funeral, Dios sabe que hubiese pasado.

-Ay, pero me sentí mal por Enjolras padre; lo conozco de hace muchos años ya, y perder a un hijo, yo sé lo que es-

-Gilliard, no tienes que decirlo...

-Es la verdad.- miré a Enjolras de nuevo; su mirada estaba perdida en algún punto del vagón, y me pregunté que estaría pasando por su cabeza en ese momento.- solo espero que esto no sea demasiado traumático para él.

Cuando llegamos a París ya era algo tarde, y nos fuimos todos a quedar en mi casa. Cuando pasamos cerca del río, Monsieur Enjolras lo miró con desdén y pena. Al día siguiente iríamos a reconocer el cuerpo, y dudo que alguno hubiera descansado muy bien.

A la mañana siguiente, después de un breve y silencioso desayuno, nos fuimos.

-Monsieur Gilliard, ¿verdad?- en la morgue nos esperaban un par de agentes de policía. Asentí y le estreché la mano- mi hermano me dijo que era usted muy puntual, sí. Bueno, ¿vamos?

-Acabemos con esto rápido- murmuró Enjolras.- solo quiero salir ya de la capital.- Seguimos a los agentes dentro de la morgue tras las correspondientes introducciones.

-¿Y cómo es que han tardado tanto en encontrar el cuerpo?- cuestionó Michael- normalmente, en agua dulce, salen a flote.

-Pues verá usted Monsieur, que nos avisaron de que alguna gente había visto a un hombre caer desde uno de los puentes al río, y desde que me dijo mi hermano de que buscaban ustedes a un hombre, nos pusimos alerta; el cuerpo estaba enquistado en una de las barras de uno de los puentes, ya sabe usted, por la parte que está sumergida. Hace unos pocos días parece que se desenganchó con la subida de la corriente de las lluvias del otro día, y se quedó varado en la nieve.

-Ah- respondió Michael. El oficial le hizo una señal al caballero de la morgue, y este nos guió hasta una mesa con un cuerpo bajo una sábana. Nos pusimos alrededor de esta, y nos tuvimos que tapar la boca y la nariz por el olor a putrefacción.

MADEMOISELLE ELIZABETH || Les Miserables Donde viven las historias. Descúbrelo ahora