1. La puerta

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Lo cierto es que para ser un viaje de instituto, estaba bastante bien.

la mayoría de mis compañeros se habían contentado ya al enterarse de que el viaje era a París; pocos, en los cuales me incluyo, habían salido de España alguna vez en su vida. Yo solamente había ido a Irlanda algún que otro verano para visitar a mis abuelos de allí, pero no era demasiado fanática del ambiente general que se respiraba en ese país (quizá sea culpa de mi lado español, que tiende a dominarme)

Pero en fin, ahí estábamos, en una de las ciudades más turísticas del mundo. Pensaba que no me gustaría tanto, más que nada por ser una ciudad grande y tan aglomerada de gente. Muchas veces discutí con mis amigas, porque me quejaba una y otra vez del destino elegido; hubiera preferido haber hecho el tour por centro Europa, por Austria, República Checa y demás. Hubiéramos pasado unos dos días como mucho en cada sitio, y podríamos haber añadido tres países más o menos a la lista de lugares que habíamos visitado, en lugar de sólo uno. Al final, y como iban anticipando mis compañeras, me tragué mis palabras.

París tenía algo que me atrapaba y parecía no dejarme ir. No sé si eran sus calles, su gente, sus monumentos o su historia, pero la semana que pasamos allí se me hizo demasiado corta.

Habíamos visitado la torre Eiffel, por supuesto; el barrio de los artistas, el Moulin Rouge, y yo que soy fan de la película, me quejé de no haber podido entrar; dimos una vuelta por el Sena en barco, estuvimos en la plaza de la Concordia, y en el Louvre, en los Campos Elíseos y en Notre Dame. También estuvimos en DisneyLand, y puedo decir con total seguridad que hasta ahora, en mis 17 años de vida, no he sido más feliz jamás.

Mi padre me ha dicho más de mil veces que practique el francés durante el viaje, que se gastan el dinero en las clases para algo, pero la verdad es que casi nadie hablaba en francés con nosotros, porque evidentemente éramos un grupo de viaje. Las únicas veces que lo usé fue en el barrio de los artistas, para regatear precios en los llaveros y en un pequeño restaurante en el pueblo de Versalles.

Mi fuerte en lo que idiomas se refiere es el inglés; mi madre es de Belfast, y se enamoró de mi padre cuando estaba de Erasmus en España. Desde entonces se quedó en Granada, y me tuvieron a mi.

No nos falta de nada; mi madre es profesora de inglés en un colegio de monjas, y mi padre es profesor de historia en un colegio de prestigio. Por mi parte, yo voy a la escuela pública, donde los otros chicos encuentran gracioso que me llame Elizabeth. Si pudiera, la verdad es que no me cambiaría mi nombre. En España es muy raro, pero si alguna vez vivo en un país anglosajón me tendré que acostumbrar a ser llamada por mi apellido para no ser confundida con otras tres Elizabeths.

Soy la chica más normal que te puedes encontrar en cualquier país: tengo un número decente de amigos, salgo mucho de fiesta, me peleo con mis padres, tengo redes sociales y me entero de todos los cotilleos de mi instituto. De mis notas estoy bastante orgullosa, y me enfada la gente que dice que letras es fácil; me gustaría ver a los de ciencias declinando casos en latín y griego, o traduciendo textos de guerra de Julio César. Todos los bachilleres son difíciles.

Mis pintas son también normalitas: el pelo más bien corto, rizado y castaño, los ojos azules herencia de mi madre y la nariz... mi mayor cruz. La gente que me conoce dice que no esta tan mal, pero para mi su forma aguileña es mi mayor pesar. Una vez mi padre me dijo que dos siglos atrás hubiera sido considerada una belleza sin dudarlo; antes se llevaban las narices así, se relacionaban con la aristocracia «¡ya se podría haber conservado esa moda!» le dije.

Estoy orgullosa sobre todo de mi estatura, porque mido 1'73, y mi cuerpo está bastante bien compensado con mi altura, no soy muy delgada pero tampoco tengo un peso desmesurado.

MADEMOISELLE ELIZABETH || Les Miserables Donde viven las historias. Descúbrelo ahora