20. Tía Elizabeth

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A principios de marzo, llegué a casa y me encontré una escena peculiar; en el salón estaban Enjolras y su hermana mayor, Amelie. Parecía que discutían.

—Te he dicho que no. No insistas más. ¿Por qué no se los dejas a Isabelle, o a mamá?

—Porque vamos a Lyon, no a Marsella.—  Amelie parecía perder la paciencia.— por favor César, nunca te pido nada.

—Hola.— entré en el salón.— que gusto tenerla aquí, Madame.

—Buenas tardes, Elizabeth.— dijo ella— ¿cómo va todo?

—Bien, bien.— miré a Enjolras— ¿debería irme? Parece que estáis hablando de vuestras cosas.

—No, no— respondió Amelie.

—Amelie no lo intentes; te he dicho que no podemos y no podemos.

—¿Qué no podemos?— inquirí.

—Mi suegro está muy enfermo. No creemos que dure mucho más.— dijo ella.

—Siento mucho oírlo.

—Le pedía a mi hermano que se quedara con sus sobrinos un pequeño periodo de tiempo, pero se niega.— le echó una mirada fulminante.

—Amelie, no me pongas como el malo. Contrata a una niñera que se quede con ellos.

—Sabes que no podemos— le susurró, pero la escuché— por eso tenemos que irnos, necesitamos esa herencia...

—Estamos muy ocupados. Además, ¿por qué no te los llevas? Seguro que esa casa es muy grande, y si de verdad va a morir, supongo que le gustaría ver a sus nietos.

—César, son muy jóvenes para conocer la muerte aún.

—Te digo que yo estoy ocupado. Y Elizabeth también. Tenemos nuestra vida.

—Bueno— intervine— si no va a ser mucho tiempo...— evité la mirada de Enjolras. Ya sabía que no le gustaba un pelo lo que había dicho.

—¡Qué va!— dijo ella con un rayo de esperanza— solo unas pocas semanas.

—Pues entonces, yo puedo encargarme de ellos.— me daba algo de pena, más que nada por los niños, que si no se quedaban aquí con nosotros, a saber donde los iba a dejar.

—¡Qué alegría!— se acercó a mí y me cogió las manos— así también podéis practicar para cuando tengáis hijos vosotros.—reí incómoda— Son muy buenos, verás como no te dan muchos problemas. Menos mal que estás tú.— se giró hacia Enjolras.— gracias por nada, hermano.

—De nada— respondió él.

—Bueno, luego los traigo. Muchas gracias de veras, Elizabeth.— y después de eso, se fue. Enjolras me miraba.

—Qué— le dije— me ha dado pena. Yo me ocuparé de ellos, no te preocupes.

—Elizabeth te necesito en las reuniones. Si están aquí, no vas a poder venir.

—Es solo por un tiempecillo, me puedes contar lo que habláis cuando llegues.

—No me gustan los niños. Ocupan espacio.— no pude evitar una risita.

—Es una forma de describir a los niños, sí.

—Pobre Patria— acarició a la gata— con lo poco que le gusta el jaleo.

—Patria estará bien.— me senté en el sofá— ¿Qué era eso de que no pueden permitirse una niñera?

—Tienen problemas de dinero; su marido hizo un negocio y salió fatal. La única oportunidad de recuperarse de tal situación es que su suegro muera y les deje el dinero y su puesto en su bufete de abogados.

MADEMOISELLE ELIZABETH || Les Miserables Donde viven las historias. Descúbrelo ahora