17. Gavroche

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La cosa, sinceramente, no iba del todo mal, pero era una situación rara e incómoda, el tener que aparentar ser una pareja enamorada. La parte buena de todo esto, es que al ser 1830, jugábamos con la ventaja de que la gente no solía mostrar afecto delante de otros, y como la mayoría de los trabajadores de la casa conocían que Enjolras era reservado, no se extrañaban al no ver demasiadas muestras de amor. Aún así, a veces me besaba los nudillos cuando se iba de casa, pero nada más. Yo una vez, hace un par de días, le besé la mejilla. Fue tan incómodo, que no lo he vuelto a hacer.

Para el resto de nuestros amigos, es como si nada hubiera pasado. Era liberador para ambos, porque no éramos Monsieur y Madame Enjolras, sólo éramos Enjolras y Lizzie. En esos momentos, incluso se nos olvidaba. Pero luego llegaba la vuelta a casa; la primera semana me esperaba con Enjolras, pero se quedaba hasta tan tarde que volvimos a lo que hacíamos antes de todo este lío, uno de los chicos me llevaba (por supuesto los que se ofrecían eran Courfeyrac, Combeferre y Joly). Por las noches me acostaba sola y por las mañanas me despertaba sola. No me molestaba, de hecho siempre he disfrutado el estar sola, pero a veces me cansaba; si me aburría en mi siglo con un teléfono en el que podía hacer de todo, ¿no me iba a aburrir ahora?

Estábamos a mediados de diciembre, y París ya estaba nevado. Siempre he preferido pasar frío antes que pasar calor, así que por mi parte el invierno fue bien recibido. Lo malo eran sus consecuencias; la gente de la calle se moría literalmente helada. No se veían muchas personas mendigando, ya que se metían en sitios donde más o menos se podía mantener el calorcito, callejones y demás, tapados del viento helado. A los que veía, sin embargo, les daba algo de dinero.

Un día, cerca ya de la navidad, tuve un día muy bueno; no iríamos a Marsella, ya que el tiempo no era el adecuado para viajar. Podía ser algo cruel, pues la madre de Enjolras lo había lamentado mucho, pero nosotros estábamos encantados con la noticia. Me alegré tanto, que por la tarde salí para comprar regalos para los Bennet y Gilliard. Y aquí fue, cuando ocurrió lo que yo llamaría, el descubrimiento del mes. O bueno, el primer descubrimiento.

Tenía conmigo un bolsito para llevar el dinero, y lo metí en el bolsillo de mi vestido. Parece ser, que la cuerda de este se quedó asomada por la falda. Yo estaba muy metida en mis pensamientos, pero sentí como mi falda se movía, y ese era un día en especial en el que no se movía ni la hoja de un árbol. Miré a mi costado, y un niño estaba tirando despacio del bolsito para quitármelo. Por inercia, le quité la mano de un manotazo.

—¡Eh!— me miró alarmado, con la cara blanca, y se fue corriendo. No le dije nada más, entendía porque lo hacía. Pero si me hubiera pedido, le hubiera dado.

Seguí con mis quehaceres, incluso visité a Gilliard para contarle que nos quedaríamos en París por navidad, y pareció muy contento con la noticia. Seguíamos pasando mucho tiempo juntos, y nos visitábamos casi todos los días. A él especialmente le gustaba la casa en la que yo vivía ahora, según él porque era muy acogedora. Me quedé un par de horas, y luego, cuando me iba a ir dijo:

—Me gustaría que mañana vinieras a casa también, a esta hora más o menos.

—Claro, ¿pero y eso?

—Va a venir alguien que creo que te gustaría conocer.

No le tomé más importancia y me fui. Hice el mismo camino de antes, y cuando estaba pasando por los jardines de Luxemburgo, vi una escena que retorció mi estómago con rabia. Un policía estaba pegando a un niño, de no más de diez años; era el niño que antes había intentado robarme. Eso no quitaba que la forma en la que el policía estaba tratando al niño era asquerosa, zarandeándolo y dándole bofetadas. Todo el mundo miraba la escena, pero nadie decía nada. Nunca nadie dice nada.

MADEMOISELLE ELIZABETH || Les Miserables Donde viven las historias. Descúbrelo ahora