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Salí del hermoso bosque y me dirigí hacia un callejón, captando las miradas de los humanos, ya sean hombres o mujeres

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Salí del hermoso bosque y me dirigí hacia un callejón, captando las miradas de los humanos, ya sean hombres o mujeres. Sabía que en esta época aceptaban a los homosexuales y me parecía bien, ellos tenían una corta vida y tenían derecho de disfrutarla. Mi vida en el prostíbulo me enseñó muchas cosas, sabía que muchos humanos se contenían para no ser juzgados por la sociedad por sus gustos los cuales, no tenían nada de malo. Cada uno tiene sus preferencias y pensamientos diferentes.

Observe a un humano, bastante bonito. Pelo negro y ojos azules, buen cuerpo, flaco pero a la vez musculoso sin destacar demasiado, nariz recta y boca rosada.

Lo mire y conectamos miradas, sonreí de una manera sexy y realicé una minúscula seña indicando que me siguiera. Este dudo, pero finalmente aceptó para satisfacción mía.

Me dirigí a un callejón apartado y oscuro, con todos mis sentidos en alerta por si el humano quería escapar.

Apoye mi cuerpo en la pared y el humano se posicionó de igual forma en la otra pared que estaba al frente mío. Empece a sonreír abiertamente y acorralé al humano, me acerqué lentamente a su rostro, sentía como los latidos de su corazón se aceleraban.
Toque suavemente su mejilla derecha, para luego con mi otra mano tocar su cabello, sabía que mi toque lo estaba calmando y había una mínima posibilidad de que no gritara tanto.

El humano me beso y le correspondí, me gustaba jugar un poco para sentirme viva. Este bajo sus manos a mi minúscula cintura, apretando suavemente. Disimuladamente baje mis besos a su mandíbula para luego llegar a su cuello donde aspiré su olor, y sin dudarlo lo mordí, alimentándome con su sangre. El gimió del dolor y soltó unas lágrimas.

Lo solté suavemente, todavía seguía consiente, pero estaba demasiado débil. Ya había terminado de alimentarme, y como me encontraba piadosa ese día lo llevé discretamente a un brujo que se encontraba cerca para que lo curara y no muriera.

– ¿Y mi recompensa?– preguntó el brujo.

Reí tétricamente provocando que se tensara.

– Deberías estar feliz de no haberte convertido en mi cena, desagradecido– suspiré, no estaba con la suficiente paciencia para aguantar un hombre exigiendo cosas. Este se quedó mudo por la sorpresa.

– Márchate– le ordené con una mueca de asco.
Este aprovechó la oportunidad y desapareció.

– ¿Por qué lo hiciste?– preguntó el humano con el ceño fruncido.

– ¿Hacer qué?– respondí.

– Salvarme– dijo con un tono de admiración.

– Digamos que me encuentro piadosa este día.

– Muchas gracias...– esperó mi nombre.

– Verónica.

– Lindo nombre.

– Gracias– agradecí con un nudo en la garganta, hace mucho no pronunciaba esa palabra.

– De nada, ¿nos volveremos a ver?– preguntó tratando de coquetear conmigo.

– No– y desaparecí de ese lugar.

Veronica VulturiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora