Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho cuando vi a Gastón enfrente de Matteo.
—¿Que haces aquí?—Escuche decir a mi hermano, mientras me acercaba.
—¿No es bastante obvio?—Lo reto Matteo, sin apartar la mirada de el.
La mandíbula de Gastón se apretó y llegé a el cuando iba a dar un paso más había Matteo.
—Es suficiente, Gaston—Me posicione en medio, llamando su atención.
—Te dije que no te acercaras a el—Fruncio el ceño, molesto.
—Al parecer no hizo lo que le pediste—Se burló Matteo, y me gire hacía el.
—¿Puedes irte, por favor?—Le pedí.
Su presencia no ayudaba a tranquilizar la situación que estaba a nuestro alrededor. Matteo me miró un momento antes de volver a ver a Gastón, como si estuviera esperando que dijiera algo para atacarlo.
Asintió no muy convencido y subió a su moto para después desaparecer por la calle, sin mirar atrás.
—¿Que diablos estabas haciendo con el aquí, Luna?—la voz autoritaria de Gastón me puso nerviosa.
—No tengo porque darte explicaciones—Entre a la casa y me dirigí directamente a mi habitación.
Al poco tiempo, Gastón abrió la puerta y se recargo en el marco de la puerta.
—Me preocupó por ti, sabes eso, ¿Verdad?
—Lo se—Me límite a decir sin hacer contacto visual.
—Matteo no es un buen tipo.
Fue ahí cuando levanté la vista y lo mire.
—No lo conoces—Replique con amargura.
—¿Y tú si?—Arrugo la frente.
—Matteo no me haría daño—Comente, con certeza.
—No puedes estar segura de eso.
Se quedó pasmado y sacudió la cabeza.
—Luna, es un idiota agresivo. ¿Cómo puedes confiar en una persona así?—Levanto la voz.
—¿Sabes que? No quiero seguir hablando contigo—Irritada, me levanté de la cama y le cerré la puerta en la cara.
Odiaba cuando se portaba de esa manera. Juzgar a la gente por su apariencia era lo más ridículo que existía.
En el trayecto a la universidad, Gastón no me dirigió la palabra y no yo a él. Seguia molesta y sabía que el también lo estaba. Rara vez discutíamos y se sentía como extraño estar en silencio cuando otros días conversabamos cosas sin sentido.
En las clases, específicamente en la de filosofía, mis compañeros me miraban como si fuera una pieza faltante de algún juego de mesa. Sabía que se cuestionaban acerca de Matteo y su interés por mi.
Deje de soportar las miradas de los demás e incluso la del profesor Fuller cuando el timbre dió la bienvenida a la hora del almuerzo. Con la compañía de Jazmin, llegamos a la cafetería y no me sorprendió ver a Ramiro en nuestra mesa.
—Ya pedí la comida por ustedes—Dijo Ramiro, cuando tomamos asiento.
—Odio la maestra Laine. Nos obligó a terminar un resumen de cien hojas para mañana. Algún día me atrévere a aventarle un lápiz en la cabeza—Se quejo Emilia sentándome a mi lado y dejo caer su bandeja de comida en la mesa.
—Estoy de acuerdo con eso—Dijo Jazmin, dándole un sorbo a su bebida sin azúcar.
—Si la odian tanto, háganmelo saber y la desaparecere cuando quieran—Bromeo Ramiro, mirándome de reojo.
