Capítulo 11: Combustible

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(Una semana después)

Los días habían pasado de forma aburrida y pacífica. Las clases iban bien, el director no había vuelto a llamarme a su despacho, René se había ausentado a causa de una gripe (cosa que me alegraba un montón), y lo más importante, Vanessa no había vuelto a su vieja yo desde aquel lunes.

No me cansaba de verla. Algunas veces, ella me decía en tono de broma que dejara de observarla tan detenidamente, que era vergonzoso. Yo me limitaba a disculparme y a apartar la mirada, aunque no por mucho tiempo. Observarla era una cosa maravillosa.

_ Toma Vanessa- le entregué una caja de regalo.

_ ¿Qué es esto Iván? No es mi cumpleaños aun.- bromeó ella.

_ Aquel día…- hice una pausa mientras recordaba aquel sábado donde pasamos la noche juntos- Creo que destrocé tus anteojos mientras… tú sabes…

Vanessa asintió. Ambos reímos de forma nerviosa ya que, desde ese día, no había vuelto a suceder nada entre nosotros. La madre de Vanessa estaba en casa y el toque de queda se había impuesto nuevamente.

_ ¿Ya puedo abrirlo?- preguntó Vanessa a la expectativa.

_ Sí, claro. Ábrelo.

Vanessa sacó de la caja un estuche de anteojos. Me había dado a la tarea de investigar qué tipo de marco quedaría bien en su cara y, sinceramente, pensé que había atinado. Con esos lentes de marco delgado, su rostro no perdía en lo más mínimo la hermosura nata que poseía. Ahora con estos anteojos más pequeños y estilizados, Vanessa podría ser la misma de antes solo que en versión mejorada.

_ Gracias.- dijo mientras colocaba los lentes en su rostro- Siento que me has devuelto una parte de mí que se había ido.

Sonreí y Vanessa hizo lo mismo. Fuimos juntos a la sección a recibir las típicas clases de un típico día. Entonces llegó la tarde, y con ella un trago amargo.

_ ¿Qué te pasó Vanessa?

_ Nada- respondió mi novia con aquel tono frio y monótono que desde hace tiempo no usaba conmigo.

Su rostro, su lindo rostro, estaba marcado con una enorme bofetada que se repintaba en la mejilla derecha. Y en la izquierda, tres rasguños enrojecían su tez pálida.

_ Dime la verdad, ¿Quién te hizo esto?- la tomé por los hombros para que me contara o que había sucedido, pero ella se limitó a apartar la mirada y contestar.

_ Ya te dije que no es nada. Me caí en el baño, eso es todo. Debo irme a casa, no me siento bien.

Apartó mis manos de sus hombros y siguió su camino hacia la puerta de salida.

No la detuve. No porque no quisiera hacerlo, sino porque en un pequeño instante, sentí como si la persona con la cual estaba hablando no fuera la chica con la que estaba saliendo, sino aquella muñeca hueca que llegó a inicio del año a mi sección.

Le daría tiempo para que aclarara su mente y me contara lo que pasaba. Así eran las cosas con Vanessa, no la podías presionar, o si no, se encerraría nuevamente en su fortaleza. Los pasos que ya habíamos avanzado no los deseaba retroceder.

Entré en la sección y no tardé en advertir las carcajadas de Meyling.

_ Iván, ¿De casualidad no has visto a Vanessa?- observé a Meyling con el mayor desprecio que tenía en los ojos.

_ ¿Para qué la buscas?- solté.

_ Para nada Iván, solo quería decirle un secreto.

Entonces lo supe. Meyling la había golpeado.

_ Tú fuiste- no pude frenar las palabras que salieron como una bala a través de mi boca.

_ ¿Qué?- respondió ella sorprendida.

_ ¡¿Tú la golpeaste verdad?!- ahora mi tono era más amenazante.

_ No me eches la culpa de cosas que no sé, idiota. Yo no golpee a tu novia.

Ella era la culpable, estaba seguro de eso. Pero no podía desquitarme con Meyling, no si quería evitarme problemas. Me limité a sentarme en mi pupitre y aguantar las ganas de mandarla a comer mierda mientras se murmuraba cosas entre ella y su grupito de amigas. Solo de escucharlas, solo de tenerlas cerca, me daban asco.

A la mañana siguiente volvió la vieja Vanessa. El maldito suéter y la ridícula chaqueta volvieron a estar sobre ella. La fea moña también. Solo los lentes eran lo único que se mantenía diferente a lo habitual.

No dije ninguna palabra acerca de su cambio, simplemente le besé ambas mejillas que estaban lastimadas y tomé su mano para ir juntos hacia la sección.

Mientras caminábamos de regreso a casa, Vanessa me comentó que ese fin de semana su madre estaría en casa y que por eso no podría llegar a visitarme. Me sentí un poco desanimado, y es que, a cabalidad, mi padre no estaría en casa esos días. Sin  su compañía estaría solo.

_ No importa- respondí mientras tomaba una de sus manos- Iré a visitarte y así podré saludar y charlar con tu mamá. ¿Te parece?

_ Está bien.- asintió con una tímida sonrisa.

Quedamos en que iría a su casa el sábado y Vanessa estuvo de acuerdo.

Puede que sea percepción mía, pero siempre he pensado que las cosas cuando van a pasar simplemente suceden. Sin importar los obstáculos, o los inconvenientes, o los apuros de último minuto. Solo se dan.

Y tal vez fue una coincidencia que ese fin de semana los padres de Meyling fueran a visitar a su abuela paterna que estaba convaleciente; quizás fue una coincidencia que ella se fuera a quedar sola en su casa hasta el lunes, o tal vez fue cosa del destino, que el mismo día que quedé en visitar a Vanessa pescara un resfriado espantoso.

Ignis (Abigail N.K.) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora