Capítulo 10

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MADDY

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MADDY

Travis abre la puerta de su camioneta para mí, en silencio, nos montamos dentro y él conduce hasta casa, ninguno inquiere alguna palabra. Su auto se estaciona en la entrada de mi casa y ambos salimos de él, al mismo tiempo. Justo como lo hizo la noche anterior, me acompaña hasta la entrada de casa, donde me detengo para verlo.

Tiene el semblante serio, seguro aún continúa molesto por el incidente en el bar y tiene derecho a estarlo, Wesley es un idiota que nunca mide sus palabras, se considera el centro de atención de todo.

—Gracias por traerme.

—De nada.

Responde seco. Algo que me he dado cuenta de que es natural en él.

—Respecto a lo que sucedió... —por mucho que me guste, no puedo dejar el tema de lado, además de que es lo que en parte hace que Travis continúe parado frente al umbral de mi puerta. Mis ojos verdes se encontraron con los suyos—. Wesley es un idiota, siempre lo es. No es una novedad.

—Lo sé —responde, después su mirada baja hasta la mano con la que he golpeado a Wesley antes de irse, Travis la toma entre la suya, de nuevo erizando los vellos de mi piel por su contacto. Sin pensarlo, me veo imaginando que sería de su tacto por toda mi piel, si también sería electrizante—. Debes poner un poco de hielo.

Asiento, sonrojada ante la suave caricia que hacen las yemas de sus dedos sobre la piel amoratada.

—Lo haré. —susurro—. Como sea, ha valido la pena.

Una mueca se dibuja en él en un intento de sonrisa.

—Y ha válido más verlo.

Ambos reímos y quito mi mano de la suya para meter mi cabello detrás de las orejas, es un hábito que tengo cuando me encuentro nerviosa.

—¿Te gustaría pasar?

De nuevo, cómo la última vez, estoy deseando que no me rechace y acepte, su pequeño asentimiento me entusiasma y pronto me veo abriendo la casa para dejarlo entrar, ambos vamos a la cocina donde saco una bolsa de brócoli que tengo en el congelador ya que no tengo hielo hecho, y me la pongo sobre los nudillos. Una mueca se dibuja en mi ante el contacto helado de la bolsa de brócoli contra mi piel, a diferencia del contacto de Travis, este es frío.

—No quiero que pienses que soy una alcohólica, pero, ¿te apetece una cerveza?

Mi comentario lo ánima a entrar a la cocina, donde esta vez, veo más una sonrisa en él que una torcida.

—Seguro.

Tal como la vez pasada, saco dos cervezas, las destapo, le entrego una y nos sentamos el uno frente al otro.

—De nuevo tengo que agradecerte por defenderme —le digo, rompiendo el silencio, es extraño que sea yo quien inicia las conversaciones cuando siempre he estado acostumbrada a que los hombres hablen a mi alrededor, normalmente son ellos quienes se muestran interesados en conocerme, por supuesto, con Travis es diferente, al soldado parece que le tienes que sacar las palabras muy a la fuerza.

La Luz de Mi TormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora