—¿Cómo lo hiciste? —pregunté tras varios minutos de silencio incómodo dentro del cual nos habíamos sumergido a lo largo de la caminata.
Escuchar una voz, incluso aunque fuese la mía, fue un alivio.
El plan consistía en dirigirnos hacia el norte, donde nos toparíamos con la carretera principal; allí esperaríamos que algún auto, de dueños bondadosos, nos permitiese subir para alejarnos del caos de la ciudad.
—¿Qué?
—Robarles esa cosa... Escaparte. ¿Quiénes son? ¿Qué son? ¿Qué hacen aquí? ¿Por qué? —Caleb se detuvo frente a un árbol sin mostrar intención alguna de contestar y raspó la corteza del mismo con una piedra afilada. Llevaba haciendo eso desde hacía rato—. Por favor, me gustaría un poco de información. ¿Quién eres? Creo que tengo derecho a saberlo ya que estoy siguiendo a un extraño a, tal vez, mi muerte.
—Millie, ¿conoces la frase la curiosidad mató al gato? —inquirió y se guardó la piedra. Avanzó sin esperar que yo pudiese seguirle el paso; el pie herido ardía más que nunca—. Haces muchas preguntas.
¿Eso había sido una amenaza?
—Llevamos caminando en círculos hace más de una hora, no tengo idea de quién eres o por qué te persiguen, pero al mismo tiempo pareces ser mi única posibilidad de salir con vida de esto. Así que, sí, tengo muchas preguntas.
—¡No estamos caminando en círculos! —espetó ofendido de que alguien cuestionase su sentido de la orientación -nulo, por cierto-, acerca del cual no había parado de jactarse en los primeros minutos de caminata.
—Vamos, Caleb, como si no lo supieras... Sólo no quieres admitirlo porque no estás dispuesto a aceptar que fracasaste —comenté y, a juzgar por su expresión de incredulidad, noté que realmente no lo sabía—. ¿Ves ese árbol? ¿O ese otro? ¡Hasta él que acabas de señalizar ya tenía una marca hecha!
Caleb comprobó lo que acababa de revelar.
—¿¡Por qué no me lo dijiste antes!?
—¡Presumiste tanto de tu sentido de la orientación que no tuve oportunidad! ¡Si lo hubiera hecho no me hubieras creído!
—Esto no va a funcionar así, Millie —sentenció como si fuésemos una pareja a punto de romper. Se arrimó peligrosamente, por lo que, para compensar el acortamiento de distancia, pegué la espalda contra uno de los árboles—. Si pretendemos llegar a algún lado, a donde sea, debemos ser un equipo. Trabajar como un equipo, pensar como un equipo.
—Si quieres ser un equipo, tendrás que empezar con la verdad —declaré.
Caleb suspiró, y al fin pareció acceder.
—¿Quieres saberlo? —interrogó. Apretaba los dientes tanto que las venas del cuello se le hacían más visibles.
Comenzó a rebuscar en uno de sus bolsillos. A la defensiva, analicé cada uno de sus movimientos, temerosa de que acabase por sacar la piedra filosa y me apuñalara con ella.
Así, estiró su brazo y mostró una reluciente placa de plata bajo los primeros rayos del amanecer que se colaban por las copas de los árboles. No alcancé a leerla antes de que la ocultase de nuevo.
—Soy el agente número ocho del servicio especial encargado de estudiar la vida en otros planetas. Servicio el cual es ultra confidencial para ciudadanos comunes y corrientes, como tú. —A ver, que sabía que era ordinaria, pero tampoco para remárcamelo de esa forma.
Sin poder formular una oración que tuviese sentido, pestañeé atónita y un rastro de "ya sabía que iba a pasar esto" le cruzó el rostro.
—Y esas criaturas que viste son extraterrestres de nivel tres. Los detectamos merodeando alrededor de la Tierra hace dos años y llevamos rastreando sus movimientos desde entonces.
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Fugitivos del fin
Science FictionHISTORIA GANADORA DE WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE CIENCIA FICCIÓN. La vida de una persona puede cambiar drásticamente de un día para el otro, o de una madrugada a la otra, y para Milagros Cortez, la prueba viva de esto es la aparición de un comple...