Llevábamos varias horas de viaje en la carretera, sumidos en un silencio que derivaba en que la familia se había fragmentado y en que yo aún portaba la escopeta, clara señal de la desconfianza que habíamos gestado como grupo. Sí es que así se podía llamar ese menjunje de personas.
No me gustaba la tensión.
Mike iba al volante, solo, frente a un vidrio estallado, y nosotros, el resto, es decir, yo junto a Ellen y Joseph, íbamos en la caja de la camioneta. A decir verdad, no íbamos lado a lado, más bien enfrentados.
Ellen se había recompuesto lo suficiente para no llorar a los gritos, sino que ahora lo hacía con la mirada perdida en el paisaje que cruzábamos, con las lágrimas deslizándole las mejillas regordetas con tanta lentitud que podrían haberse congelado por la fresca ventisca.
Joseph había conseguido dormir -o eso parecía- hecho un ovillo en una de las esquinas; se veía miserable. ¿Así me habría visto cuando me habían secuestrado?
En cierto modo lo admiraba, ¿cómo podía dormirse después de todo lo que habíamos pasado? Tal vez esa era la razón; estaba destrozado física y mentalmente.
Por mi parte, me había pasado el trayecto recostada contra uno de los bordes, casi sentada, con las piernas flexionadas, sosteniendo, entre mis manos, ahora, sorprendentemente, no temblantes, el frío metal de la escopeta.
El sol comenzaba a esconderse y nosotros todavía no habíamos llegado a encontrar un refugio para evitar la noche con aquellas criaturas sueltas. Digo, si de día casi no teníamos oportunidades, de noche era un nivel más pro, que por más armas que pudiera sostener sin estremecerme del horror, no había forma de superar.
—¿Sabes cuál es la peor parte? —cuestionó Ellen, con la voz rota, tragando saliva sin dejar de contemplar a la distancia.
La repentina decisión por romper el silencio me descolocó, obligándome a reacomodarme, provocando en ella un pequeño brinco de susto; como si temiera que fuera a lastimarla.
—¿Cuál? —pregunté suavemente, consciente del efecto que tenía mi presencia en ella, que se veía tan frágil como una muñeca de cristal.
—Es mi culpa —respondió, mordiéndose el labio inferior con angustia a la vez que bajaba el mentón y sollozaba—. Todo esto es mi culpa.
Que difícil era consolar a alguien, por eso siempre me rehusaba a tratar de confortar a las personas, mis palabras solían tener el efecto contrario y causar cascadas de llanto por la falta de tacto. Sin embargo, era más complicado si era alguien desconocido; una mujer con quien no había tenido ni siquiera una conversación y cuyo primer encuentro había sido a raíz de un rapto.
Quería decirle; mis más grandes disculpas, pero no soy la persona adecuada para desahogarse, lo único que lograré es empeorarlo, mejor espérate a que secuestren a alguien más hábil en eso.
—Fue... Inevitable —dije, oponiéndome a mi sentido racional, maldiciendo mentalmente y activando el protocolo de suavización—. Quiero decir... Es horrible, pero nadie podía hacer nada. Yo... Lo siento mucho.
—Se llevaron a Lily por mi culpa, y por eso tuvimos que... —Alzó la barbilla, posando los ojos cristalizados en el arma y subiendo hasta mí—. Llevarte.
Llevarte era una forma sutil de decir secuestrarte en medio de la noche, amenazada con un cuchillo en la espalda y subirte a una camioneta en contra de tu voluntad para llevarte con las articulaciones atadas y ojos vendados a un destino incierto.
—No somos malas personas... —murmuró Ellen, estirándose las mangas de la polera sucia y grande que llevaba—. Mi marido es... Era un hombre muy honrado. Y mi hijo, Jacob, es simplemente maravilloso. Es un chico dulce y muy solidario.
A medida que los nombraba, la mirada se le iba decayendo, volviendo a dirigirla al paisaje.
—Me imagino que lo fueron.
—Nosotros no queríamos esto —continuó, respiraba entrecortadamente, con el pecho subiendo y bajándole de forma irregular—. No queríamos que nada de esto pasara... Sólo queríamos recuperar a Lily, mi amorosa Lily.
—¿Quién es ella?
—Nuestra hija, mi hija... ¿Cómo se lo voy a decir? Ella debe estar muy sola, con miedo, y esto... La va a destrozar —masculló, enjuagándose las lágrimas que no dejaban de brotar y gimoteando—. Soy una terrible madre. Si no fuera por mí, Jacob seguiría aquí, Lily no estaría con ellos y mi esposo seguiría vivo.
—¿Ellos? ¿Quiénes son ellos? —quise indagar. Ellen se envolvió con sus propios brazos, cerrando los ojos en un inútil intento de tranquilizarse.
—Muy malas personas. Malvados. Se la llevaron...
—¿A dónde? ¿Por qué?
—Se la llevaron... Se la llevaron porque... No lo sé —respondió angustiada, palpándose el pecho como si le costara respirar. Me incliné en mi lugar, acercándome un poco a ella.
—Ellen... ¿Quiénes se la llevaron?
—Son... Son como un grupo, una organización. Tomaron el control de ciertos sectores de la ciudad, son una resistencia contra los invasores, contra esas cosas...
—¿No es eso bueno?
—Ellos... Son malos. Buscan un punto vulnerable y lo utilizan para manipular, para que trabajes para ellos. Por eso se la llevaron, amenazaron con hacerle cosas... Cosas terribles. Nosotros teníamos que... Buscar provisiones si queríamos salvarla. Llevamos días buscando, apenas pudimos comer migajas fraccionadas de lo poco que teníamos, entonces...
Su voz disminuyó hasta convertirse en un hilo apenas perceptible.
—¿Entonces qué?
—Llegaste tú —musitó Ellen de tal forma que me revolvía el estómago como si acabara de bajar de una montaña rusa—. Tú eres nuestra provisión.
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Fugitivos del fin
Science-FictionHISTORIA GANADORA DE WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE CIENCIA FICCIÓN. La vida de una persona puede cambiar drásticamente de un día para el otro, o de una madrugada a la otra, y para Milagros Cortez, la prueba viva de esto es la aparición de un comple...