Capítulo 14

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Tras haber caminando, bordeando la carretera, durante todo el día, nuestras esperanzas de encontrarnos con algún auto fueron disminuyendo, hasta que el cansancio y el hambre invadieron nuestros cuerpos.

—El hambre es mental —me decía Caleb de vez en cuando, más preocupado en convencerse a él. Me limitaba a asentir y a tararear algún fragmento de alguna canción para cada vez que mis tripas decidían dirigir una orquesta como mero recordatorio de que hacía varias horas que no comía nada.

A veces parábamos para ir al baño, Caleb era sorprendentemente rápido, por otro lado, yo tenía que encontrar un lugar seguro y alejado de él -tampoco tanto porque ambos temíamos que ellos volvieran- y meditar hasta que me acostumbrase al nuevo sanitario, mentalizándome de que sólo era un poco rústico.

Nuestra caminata ya no era tan incómoda como la primera vez, pero ninguno de los dos hablaba mucho, sólo en algunos tramos nos habíamos comprometido en una conversación de ida y vuelta (no sólo con mis preguntas). En el resto del recorrido, me sentía acompañada únicamente por mis pensamientos.

Pensaba en mi madre, viuda, en otro Estado, pensaba en ella, pero asumiendo que estaba viva, engañándome e imaginándome que no había llegado nada allí, ninguna nave o extraterrestre y que ella todavía esperaba que se hiciera domingo a la noche para que hiciéramos una video llamada. Tal vez estaba preocupada de que yo no le contestara, o tal vez había visto las noticias y estaba muerta del miedo.

O tal vez sólo estaba muerta.

Me angustiaba pensar en ello.

Y también me angustiaba pensar en Rose. Ella había estado en la ciudad cuando todo había explotado, pero, ¿dónde estaba ahora? ¿Seguiría viva? ¿Había escuchado mi mensaje de voz antes de volver al departamento? ¿Había despertado en la cama de un extraño y se había salvado de esto?

Ya cuando la noche estaba cayendo, Caleb decretó que debíamos descansar, buscar algo para comer y seguir temprano en la mañana. Ambos admitimos que dormir un poco nos vendría bien para tener más energías, pero estaba segura de que no podría hacerlo.

Elegimos internarnos unos metros en el bosque, escogiendo una zona debajo de un gran árbol. Después de una breve búsqueda, no conseguimos nada de comer, por lo que, rendidos, nos sentamos, cada uno apoyado contra un árbol distinto, enfrentados entre sí.

No me había dado cuenta de lo que me dolían los músculos de las piernas sino hasta que pude echarme. Intenté cerrar los ojos por un rato, liberar la mente de aquellas monstruosas criaturas y pensar en cosas bonitas, pero mi cerebro, traicionero, me evocaba a los recuerdos de épocas felices.

A cenas familiares donde no podíamos parar de reírnos por el efecto de las copas, a largas charlas con Rose en nuestras pijamadas y a salidas a cafés con algunos compañeros de la universidad.

—¿Tienes familia? —le pregunté a Caleb, entreabriendo los párpados y contemplándolo. A diferencia de mí, tenía los ojos bien abiertos, alerta a todo lo que nos rodeaba, haciendo guardia.

Al escucharme, recayó en mi mirada evitando una sonrisa, ya casi acostumbrado a los cuestionamientos.

—No. Ambos de mis papás murieron —contestó con una simpleza que me incomodó. Removiéndome, me crucé de piernas, adoptando una nueva posición.

—Lo siento mucho... —susurré. Nunca sabía que decir en circunstancias así. Siempre temía apretar el botón emocional equivocado. Caleb, lejos de parecer afligido, se encogió de hombros con indiferencia—. ¿Los extrañas?

—A mi mamá nunca la conocí, y mi papá no era lo que llamaría una persona admirable.

—Entonces... ¿Hay alguien a quién extrañes? ¿Algún amigo? ¿Amiga? ¿Novia? ¿O novio?

Fugitivos del finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora