Tras haber tenido la conversación más vergonzosa y sincera de toda mi vida con Caleb, luego de haberlo incomodado con tantas lágrimas y risas histéricas, finalmente llegamos a hablar con normalidad.
Las horas que siguieron no fueron igual de difíciles que aquellas que había tenido que sufrir sola y con hambre; una buena proporción de mi mejor estado de humor era tener el estómago lleno de comida y otra fracción se basaba en la mera presencia de un compañero.
Para entretenernos, o más bien, entretenerme con algo más que no fuera lloriquear, me había esmerado en muchas ideas para pasar nuestro tiempo en confinamiento de forma más agradable, como una serie de juegos con canciones que había aprendido en los campamentos durante la adolescencia, o un debate apasionado de películas clásicas, o una reseña profunda de algún libro, pero Caleb Dagger era la persona con menos cultura general de todo el planeta, y a pesar de que le había tarareado los mejores temas de Queen o Michael Jackson, no había mostrado ni una mínima señal que indicara que los reconocía. Con las películas no nos había ido mucho mejor, y de los libros ni hablar.
Como conocer nuestras historias familiares, traumas ocultos y sueños personales no parecían una opción factible debido a su negativa a hablar de asuntos profundas y de enfrentar mis múltiples -y, según él, irritantes- preguntas, había tratado de enseñarle un juego de manos, pero había terminado con las palmas enrojecidas de tantos golpes fuertes.
Caleb tenía un espíritu competidor y tenía dificultades para controlar su brutalidad, pero yo tenía la ventaja de no estar llena de moretones. Me había acostumbrado a su cara deformada, al principio producía impresión, no obstante, el ojo hinchado y morado, la nariz con sangre seca y el labio roto ya no me extrañaban.
—Tu rostro ya no asusta tanto —le comenté durante una de nuestras rondas; el juego consistía en mantener nuestras palmas en el aire, enfrentadas entre sí, pero sin tocarse, separadas por un par de centímetros, la persona que tuviera las manos arriba debía tratar de chocarle las palmas al de abajo y la otra tenía que evitar que lo hiciera, sacándolas a tiempo, si alguno de los dos las movía cuando él otro no lo había hecho, perdía.
—Gracias —respondió con coquetería, guiñándome el ojo que se encontraba en una condición relativamente sana.
—No es un cumplido... Créeme.
Al rato, alguien interrumpió en la habitación con una visita mucho más rápida que la primera; un joven había abierto la puerta en silencio, se había metido en el pequeño lugar y había retirado las viejas bandejas del desayuno para depositar dos nuevas con nuestros almuerzos, marchándose sin más.
Sinceramente, comía mejor siendo prisionera que en libertad.
—Así vamos a escapar —declaró Caleb mientras se engullía un pedazo de pan, masticándolo con voracidad.
Haciendo uso de los tenedores de plástico y sin filo, como toda persona que aprendió a vivir en sociedad y con modales, corté la comida en pequeños pedacitos antes de comer, esta vez menos desesperada que antes.
—¿Qué dices?
—Están interesados en mantenernos con vida, por eso nos alimentan —señaló él, abriendo la botella de agua y dándole un largo trago antes de seguir—. Aquí no pueden hacer mucho, nos sacarán de la habitación en algún momento. Tal vez hoy, tal vez mañana. Pero lo harán.
—¿Para qué?
—No lo sé, Mike dijo que necesitaban gente. Los dos somos jóvenes, fuertes y guapos, o al menos yo lo soy...
—No presumiría mucho con esa cara —lo corté en seco. Y en parte era en serio, con los rasgos faciales escondidos entre la hinchazón y marcas, había pasado a convertirme en la más atractiva del equipo.
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Fugitivos del fin
Science FictionHISTORIA GANADORA DE WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE CIENCIA FICCIÓN. La vida de una persona puede cambiar drásticamente de un día para el otro, o de una madrugada a la otra, y para Milagros Cortez, la prueba viva de esto es la aparición de un comple...