Caleb tenía mejor estado físico que él que alguna vez podría llegar a tener; sosteniéndose la herida, haciendo presión contra ella, trotaba a mi lado. En búsqueda de la salida, nos habíamos sumergido por los pasillos del hospital, evitando cualquier enfrentamiento con humanos o criaturas no identificadas. Mi compañero no se quejaba, o al menos no en voz alta, a excepción de que en una de las corridas hiciese un movimiento brusco que le recordase que le habían disparado.
De todos modos, no teníamos tiempo para recordar. El recinto era el foco de una invasión de extrañas criaturas y las pocas personas que quedaban en pie tras haberse atacado entre sí, trataban de escapar desesperadamente.
Mike nos había salvado, dándonos una ventaja al atacar a algunas de las criaturas en el comedor, minutos que aprovechamos para huir. Y aunque había echado unas miradas esperanzadas por encima del hombro, para comprobar si seguía con vida; no lo había divisado ni a la distancia.
Supuse lo peor.
No era una persona que me agradase o a la que le tuviera afecto, pero no podía evitarme sentirme conmovida por su última acción por nosotros; mas que, así como no existía tiempo para los recuerdos, tampoco para la pena.
Durante las corridas, Caleb frenó unos metros atrás, obligándome a retomar mis pasos hasta él, dispuesta a chequear rápidamente su estado. Estaba sudando, pero era probable que yo también.
Se había quedado plantado frente a una ventana, observando el interior de una de las salas.
—Caleb, sé que quieres morir, yo también había querido, pero ya he superado esa etapa. Si quieres que regrese a ella, lo haré con gusto, pero voy a necesitar saberlo porque también me estoy cansando de... —comencé a hablar. Tomando la perilla de la puerta que guiaba dentro de la habitación, Caleb se introdujo en ella sin gastar, siquiera, unas palabras para justificarse—. ¿Hola? ¿Eres sordo o sólo tonto? Caleb...
Metiéndome detrás de él, cerré la puerta, inspeccionando a los alrededores del pasillo, cerciorándome que ninguna bestia asesina nos tuviese en la mira. Sin embargo, cuando me di vuelta, Caleb ya se había desecho de la parte superior del uniforme, quedando con el torso descubierto; más allá de mis expectativas que se imaginaban un cuerpo fortificado, estaba delgado, no difícil de creer después de todo lo que habíamos vivido, pálido y no tenía ni un sólo pelo. Bueno, además, estaba bañado por la sangre que la lastimadura en el hombro.
—¿Te parece a ti momento de quedarte mirando? Que ya sé que estoy bueno Millie, pero estamos en una situación límite —alegó, rompiendo el silencio por primera vez en minutos. Muy oportuno usar su primera frase en una burla—. Vamos, voy a necesitar tus manos.
Bajando la vista a mis palmas, aún sosteniendo la pistola no funcional, las extendí con el ceño fruncido, volviendo a subir la mirada, desconcertada. Caleb había abierto uno de los armarios y sacaba de él un par de cosas, desparramándolas desprolijamente sobre una mesa metálica.
—No puedo creer que lo hayas malpensado...
—¿¡Qué!? Claro que no.
—Necesito que extraigas la bala —pidió, sentándose en la única camilla, al lado de la mesa metálica, y trazando una mueca de dolor—. Y que limpies la herida.
Una explosión a las afueras de la sala provocó que ambos contempláramos la ventana, intentando averiguar que ocurría afuera.
—Tendrás que hacerlo rápido.
¿Cómo pretendía él que lo hiciera? ¿Cómo iba a exigirme eso? ¿A mí? ¿Qué me temblaban las manos con un arma? Dirigiéndome a la mesada, apoyé la pistola, tomando unas gasas y una botella, girándola sobre su eje para leer la descripción. No quería terminar limpiándole la herida con cloroformo por accidente.
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Fugitivos del fin
Ciencia FicciónHISTORIA GANADORA DE WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE CIENCIA FICCIÓN. La vida de una persona puede cambiar drásticamente de un día para el otro, o de una madrugada a la otra, y para Milagros Cortez, la prueba viva de esto es la aparición de un comple...