Había algo en la verdad que no me gustaba aceptar. Tal vez era el tener que admitir que me había equivocado, de nuevo. A pesar de las advertencias, señales y hasta de mis propias dudas.
Pero que engañosa que es la propia cabeza, que, incluso teniendo todas las pruebas, decide que todavía no es suficiente para saciarse.
Cuando me embarqué, a las corridas, hacia la sección de enfermería, lo único que quería eran explicaciones que pudieran refutar las acusaciones de Caleb y Mike. Un encuentro con mi mejor amiga, con mi mayor confidente y compañera, en el que, como en los viejos tiempos, pudiéramos sincerarnos.
Guardaba, muy cuidosamente, la esperanza de poder quedarme. Con ella. Sin importar su prometido viejo o los horarios estrictos. Porque estaba cansada de escapar, de tener que esforzarme tanto por sobrevivir, cuando, allí todo se veía tan simple, tan llano.
Quería que la respuesta estuviera ahí, junto a mi mejor amiga, en un hospital, porque su presencia era lo único que me ataba al pasado, a la normalidad, a mi vida. El recuerdo de quién había sido me traía sólo memorias felices.
Pero, ¿cuánto más podría vivir en el pasado?
Al llegar a la puerta final de un largo pasillo, custodiada por un guardia de mirada y postura rígida, estuve a punto de dar marcha atrás. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera considerarlo, las puertas se abrieron, permitiendo la salida de una menudita y pequeña enfermera de aspecto joven y rasgos suaves.
Reuniendo el valor suficiente para detenerla, aunque pareciese ocupada, me interpuse en el camino, llamando, inevitablemente, su atención.
—Perdona las molestias... —susurré con las piernas hormigueantes después de haberlas sobre-exigido por haber corrido por el complejo entero. Sonriéndome, casi nerviosa, la enfermera me observó expectante—. Eh... Estaba buscando a Rose.
Ella frunció el ceño, pensativa. Y antes de que pudiera abarcarme en una descripción detalla de sus rasgos físicos más prominentes para que pudiera reconocerla, sus ojos se iluminaron.
—¿Rose Clifford? —cuestionó dudosa, apretando una carpeta contra el pecho.
—¡Sí! Ella. Es que es urgente, no quiero interrumpir su turno de trabajo, pero necesito verla, sólo que no tengo permiso para ingresar a la enfermería y...
—Rose no trabaja hoy en la enfermería —me cortó la enfermera, vacilante, entrecerrando los párpados como si estuviera recordando algo. Confundida, esperé a que ella misma se retractara, sumiéndonos en un minuto de silencio que se vio obligada a rellenar—. Estoy muy segura de que hoy no le toca. Sólo la veo por aquí los viernes y miércoles.
Sin saber que contestar, me retraje, sorprendida por la declaración.
—Oh... Muchas gracias... —repliqué, dando por finalizada la conversación. Sin embargo, la joven se quedó de pie frente a mí, jugando con sus dedos, como si se estuviera debatiendo algo.
—Eh. No quiero entrometerme, pero, ¿por qué no pruebas abajo?
—¿Abajo? —repetí incrédula. Ella se mordió el labio, desviando la mirada hacia el guardia apoyado contra la entrada, demasiado lejos como para escucharnos.
—Sí... Abajo. Ya sabes que no les gusta que hablemos de ello —respondió en un murmullo, bajando la cabeza ante la inesperada vigilancia del guardia, que parecía sospechar que hablábamos de él—. Por lo general, a estas horas está vacío. Puede que la encuentres con facilidad.
—¿Con abajo te refieres a...? —interrogué vagamente, pegando la punta de la lengua a mis dientes frontales, haciéndole un guiño disimulado a la muchacha, actuando como si supiese de lo que estaba hablando -no lo hacía- y no pretendiese que ella misma completara la frase.
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Fugitivos del fin
Science FictionHISTORIA GANADORA DE WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE CIENCIA FICCIÓN. La vida de una persona puede cambiar drásticamente de un día para el otro, o de una madrugada a la otra, y para Milagros Cortez, la prueba viva de esto es la aparición de un comple...