Tal como me había explicado Rose la noche anterior, el lugar se regía por una tabla de horarios estrictos para las comidas. Para notificar a los residentes, un encargado informaba que era hora del desayuno, almuerzo o cena a través de un megáfono. Así, todas las personas abandonaban lo que estuviesen haciendo y se dirigían en manada por los pasillos.
La primera vez que lo había visto, en el desayuno, me había sorprendido la automatización con la que se movían, como si fueran muertos vivientes. Los había seguido -porque todavía no me acostumbraba al hospital- y me había sentado sola, aunque rodeada de desconocidos, en una mesa alargada dentro del gigantesco comedor.
A medida que nos ofrecían el desayuno, iban comprobando nuestros nombres y certificando que habíamos recibido nuestra ración de bebida y comida. A pesar de que no era un buffet, y que la porción no rebalsaba el plato, al fin y al cabo, era comida. Esa vez fue una tostada delgadísima con una feta algo desabrida de queso, una mandarina y un té de hierbas que me recordaba a la casa de mamá.
Mientras comía de a pequeños mordiscos para auto engañarme de que estaba consumiendo más de lo que verdaderamente comía, me giraba sobre mi hombro cada un par de minutos, repasando rápidamente cada una de las esquinas, saltando entre los distintos rostros en busca de un ojo morado y una sonrisa soberbia.
No había vuelto a encontrarme con Caleb desde la noche anterior, quien, tras haberme escuchado hablando con Rose, se había alterado frente a la mera idea de que quisiera quedarme allí. No lo había explicitado, claro. Con él, las cosas nunca eran tan fáciles. Mas, su expresión lo había delatado. Y aunque Rose había ofrecido marcharse para que tuviéramos privacidad y terminásemos de discutir, Caleb se le había adelantado, dejándome con las palabras atragantadas en la garganta.
En realidad, no sabía qué iba a decirle. Mucho menos que iba a hacer. Pero que se alejara así, sin dejarme explicarle la incertidumbre que sentía, me disgustaba. Tenía que decir algo, quería hacerlo, sólo que no sabía cómo y, entonces, tampoco tenía la posibilidad.
Una vez terminado el deprimente desayuno, me levanté de la mesa, llevando la bandeja que había usado a una pila colocada sobre una mesa dispuesta para los restos, y salí hacia las habitaciones, volviendo a sumergirme en una búsqueda imposible.
Como el tiempo me sobraba, y no había rastros de mi único amigo además de Rose, quien estaba en un turno de enfermería intensivo, me dediqué a recorrer el hospital de punta a punta. Cada persona tenía un oficio, o eso había entendido, todo estaba organizado para que todos fueran de utilidad. Lo cual me obligaba a plantearme cuál era la mía.
Por cualquier pasillo, habitación, o sala por la que caminase, siempre había un guardia de espalda recta y mirada gélida asegurándose de que todo estuviese en orden y de que todos cumpliesen sus tareas. Razón por la que había sido detenida e interrogada un par de veces, sin embargo, sólo con la mención de Rose, todos me habían soltado.
Me gustaba tener ese privilegio. En la universidad también había sacado provecho de la amistad con Rose, aunque no con los mismos fines, pero si de algo servía tener de amiga a una de las chicas más guapas de la facultad era para manipular a chicos que estuvieran detrás de ella. A ver, que nunca había pedido más que una taza de café, o un pastelito, o bueno, algo de dinero cuando me olvidaba la billetera a cambio de su número de teléfono.
Era el costo de soportar el hostigamiento de sus pretendientes desesperados por su atención, ella lo debía entender, y si no lo hacía, al momento que venía a quejarse de que otro raro hubiese obtenido su celular misteriosamente, yo la calmaba con algunos dulces y todo quedaba en el olvido.
Nunca me hubiera visto usando el mismo privilegio, pero en un contexto y situaciones totalmente diferentes.
Cuando ya estaba harta de caminar y dar vueltas sin sentido, mi cansancio corporal coincidió con la notificación del horario del almuerzo, por lo que, nuevamente sin orientación alguna, seguí a la horda de personas que se aglutinaba hacia el comedor.
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Fugitivos del fin
FantascienzaHISTORIA GANADORA DE WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE CIENCIA FICCIÓN. La vida de una persona puede cambiar drásticamente de un día para el otro, o de una madrugada a la otra, y para Milagros Cortez, la prueba viva de esto es la aparición de un comple...