Capítulo 40

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No era una persona que creyese mucho en los actos heroicos, sobre todo porque nunca me había visualizado a mi misma en una situación de ese tipo. No tenía superpoderes ni tampoco una gran astucia que me distinguiese del común de las personas.

Era, entonces, sólo una más.

Sencilla, un poco torpe y hasta cobarde.

Pero, caminando por mi propia voluntad, aunque, ciertamente, dudase que tuviese muchas más opciones, junto a la extraña figura de un hombre, quien ocultaba detrás de sus poros humanos una piel viscosa y las extremidades deformes de una criatura que nunca antes había pisado la tierra, me sentí, por primera vez en mucho tiempo, orgullosa de esa chica sencilla. Sí, como una heroína.

Porque iba en camino a salvar mi planeta. O lo que quedaba de él. O al menos esa era la intención inicial, la cual oscilaba tan raudamente en cuestión de horas que era difícil apegarse a ella con convicción. Hacia un par de horas, estaba dispuesta a detener el casamiento de mi mejor amiga, luego, tras el advenimiento de una invasión, me había enfocado en escapar de ese catastrófico lugar junto a Caleb, con quien, horas después había planeado robar y huir en una nave repleta de extraterrestres.

Y ahora... Ahora me dirigía a la misma nave, sólo que rodeada de especies desconocidas, repugnantes, demasiado pegajosas y que, ordenadamente, seguían a su líder, Cy, disfrazado de humano y caminando a mi lado, examinándome con ambas, hambre y curiosidad, mientras yo me mentalizaba para evitar un flanqueo frágil en las rodillas. No obstante, a pesar de que estaba abordando la nave, mi objetivo ya no era el mismo.

Mi objetivo ya no era huir al atardecer subida en un ovni de la mano de Caleb.

Sino que, con algo de resentimiento escondido y una esperanza desesperada de que las cosas pudiesen volver a la normalidad, el objetivo se había desplazado hacia el destino de la Tierra. Cuyo final parecía estar cada vez más cerca y todo a causa de un fugitivo intergaláctico que me había engañado.

Por no decir enamorado.

Un fugitivo que me había manipulado para que lo ayudase a conseguir sus fines desconocidos, mintiéndome sobre quién era y qué hacia allí y dejándome librada a mi suerte en un campo minado de extraterrestres.

Caleb Dagger.

¿Podría algún día olvidar ese nombre? ¿Podría algún día olvidar su rostro? ¿Nuestras aventuras? ¿Nuestras conversaciones?

¿Cómo podía olvidar todo? ¿Resetearme tan fácilmente? Porque me enojaba, me enojaba ser tan ingenua y dejarme usar, pero me dolía. Me dolía y me asustaba estar en el bando que había considerado el enemigo por tanto tiempo. Me dolía tener que ayudarlos para que lo atrapasen.

Me dolía profundamente que Caleb no fuese quien decía ser, que Caleb no siéntese lo que decía sentir y que, al final, yo siguiese sintiendo todo lo que decía sentir, por lo que, con el corazón encogido, caminaba heroicamente junto a un extraterrestre para atrapar al único amor de mi vida para acabar con él y poder salvar el planeta.

Eso era, una heroína.

Y él era el villano.

Él era no sólo la causa de todos los problemas de mi vida, pero sino también de los problemas de la tierra. Y yo se lo debía al mundo, aunque él nunca hubiese hecho nada por mí.

Yo debía salvarlo. No porque quisiese, sino porque era lo moralmente correcto. Y porque los sentimientos de amor mezclados con la traición y el miedo se convertían en un gran motor para seguir en movimiento a pesar de las fuertes respiraciones o el desborde de saliva de las criaturas que me acompañaban.

Fugitivos del finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora