Sujetando el mango de la pava a través de un repasador para no tocar directamente el metal caliente, Rose se desplazó desde la mini cocina hacia la mesa, balanceando una taza en una mano y el agua en la otra.
Acomodando la taza sobre un plato de porcelana, sirvió, cuidadosamente, el líquido hirviendo sobre el saco de té hasta que el agua estuvo a punto de rebalsar. Una vez servida la bebida, volvió a colocar la pava en su lugar, apoyándose contra la mesada y admirándome desde allí.
La distancia física no era más que un efecto colateral de lo lejos que me sentía de ella.
Estábamos en su habitación, que, a diferencia del resto, era privada. Supongo que solía ser una sala de reunión para los médicos, a juzgar por la disponibilidad de una pequeña cocina y dos sillones. También se las había apañado para meter una cama, pegada contra la pared de la ventana, sin cortinas, volcando los últimos esfuerzos del sol que inundaban el dormitorio.
Bajé los ojos al té de manzanilla, observando el vapor humeante danzar en el aire, liviano y delicado.
—Debes tener muchas preguntas —murmuró, rompiendo el silencio. Cuando levanté la cabeza, sus ojos esquivaron los míos—. Iba a decírtelo, iba a contártelo todo. Sólo necesitaba tiempo.
—¿Tiempo? ¿Tiempo para qué? ¿Para asesinar gente inocente?
—No funciona así —respondió ella, evitando, todavía, mi mirada, distrayéndose con sus dedos, jugando nerviosamente con un anillo en uno de ellos, desenroscándolo y volviendo a colocárselo—. Tiempo para que pudieras entenderlo.
¿Entenderlo? ¿Qué había para entender?
—Rose, estamos hablando de torturas, de asesinatos a sangre fría. De humanos —sentencié, impresionada de que hiciera falta aclararlo. Rose dejó de jugar con la sortija—. De humanos.
¿Cuándo había perdido sentido para ella esa palabra?
¿Dónde quedaba la chica amorosa y bondadosa que había sido mi mejor amiga? Incapaz de lastimar ni a una mosca, y mucho menos, a una persona.
Qué poco humano resultaba no reconocer la humanidad de los otros.
Por eso, verla me producía desagradado, tal como me pasaba con el inspector e incluso con Mike. Era desesperanzador.
—El mundo ha cambiado tanto, Millie. Todo lo que sabíamos, lo que entendíamos, cómo vivíamos.... Todo está dado vuelta, ¿no puedes verlo?
—Pero, ¿por qué nos daríamos vuelta nosotros mismos?
—Esa es la parte que necesito que entiendas, no porque vayas a aceptarlo, pero al menos entenderlo. Necesito que me entiendas —resolvió con voz suplicante, contemplándome, esta vez, fijamente. Volví a recaer en la bolsa de té, flotando—. El mundo está sumido en el caos, cualquiera puede reconocerlo. Por eso construimos esto, para sobrellevar el caos, para salir adelante.
Deshaciéndose de los botones del delantal blanco, Rose se despejó de la bata, dejándola caer sobre la silla enfrente y ocupando el lugar vacío, retomando la seguridad que había tenido en el primer reencuentro, como si la distancia no nos interesara.
—Salir adelante conlleva cambios. Cambios importantes. Adaptación. Eso ha hecho el humano en toda la historia. Adaptarse. Necesitamos adaptarnos para sobrevivir, digo, estamos viviendo una locura, no podemos seguir como antes. He aquí la respuesta. Este lugar. La Resistencia.
Sus manos, heladas, se posaron sobre las mías, retraídas sobre la superficie. Su tacto, algo rasposo, me estrujó.
—Necesitábamos un nuevo orden, y lo construimos desde cero. Pero... Todo es tan débil, tan inestable. —Dejé las manos donde estaban, permitiendo que Rose se afianzara a ellas—. Necesitamos control. Y es que el control es tan difícil de conseguir, pero tan fácil de perder, en segundos...
ESTÁS LEYENDO
Fugitivos del fin
Science FictionHISTORIA GANADORA DE WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE CIENCIA FICCIÓN. La vida de una persona puede cambiar drásticamente de un día para el otro, o de una madrugada a la otra, y para Milagros Cortez, la prueba viva de esto es la aparición de un comple...