Capítulo 13

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Volví a frotarme el dorso de la mano, probablemente por séptima vez, remojándome con agua hasta los codos, repitiendo la fricción tantas veces como fuese necesario; la piel ya me estaba quedando colorada.

No podía quitarme la imagen de la sangre negra cubriéndome, y eso ni hablar de la ropa, que a duras penas había podido lavar sin la disponibilidad de jabón. Arrodillada encima de un revuelto de hojas secas, frente a uno de los muchos pequeños lagos del bosque, el mismo que rodeaba la carretera principal para salir de la ciudad, hice un cuenco con mis palmas y me eché un poco de agua en la cara para refrescarme de la hinchazón de haber llorado tanto.

Caleb me observó, apoyado relajadamente contra un árbol, con los brazos cruzados, sin perderse ni un segundo de mi histeria.

—Si sigues así te sacarás capas de piel —apostó, recargándose en el tronco y desviando la mirada al cielo sereno y soleado, contrario a todo lo que estaba sintiendo.

—Ese es el punto.

Por el reflejo del lago alcancé a ver como se hincaba junto a mí, agarrando una ramita con la cual empezó a hacer dibujitos en el barro formado por el agua.

—Sé que tienes miedo, pero ya ha pasado...

—¿Ya ha pasado? ¿Te estás escuchando? Estamos en medio de un bosque porque no nos pudimos quedar en el maldito convento porque esas cosas podían volver. Porque no estamos a salvo en ningún lugar —escupí, negando y perdiéndome en el reflejo del agua nuevamente.

Caleb apenas se inmutó.

—Pero escapamos, acabamos con ellos.

—Los matamos —corregí, tragando saliva y cerrando los ojos, reviviendo el recuerdo de esas criaturas atacándonos. Con sus garras sobre mí, su boca abriéndose—. Maté a uno de ellos con mis propias manos, ¿sabes lo terrorífico que fue? Lo tenía a centímetros, podía sentir su aliento sobre mí.

Una cosa era matar a uno en el auto, otra era tenerlo encima.

Agarrándome del mentón, Caleb me forzó a contemplarlo, impasible.

—Los matamos porque teníamos que sobrevivir, los mataste con tus manos porque era esa asquerosidad, o tu propia vida.

Sobrevivir.

¿Cuándo se había vuelto tan difícil?

Mi vida se había basado en pasarla encerrada en el departamento, estudiando para la universidad, viendo mis series favoritas con un pote de helado, pasando tiempo con Rose, leyendo algún que otro libro, divirtiéndome en mi limitada y segura zona de confort. Donde la mayor acción de supervivencia había sido levantarme a buscar un plato de comida a medianoche para no desnutrirme por vagancia.

Ahora, todo había cambiado.

—Tienes que dejar de lloriquear porque sobreviviste. Si no aprendes a convivir con el miedo no vas a poder vivir.

¿Aprender a convivir con el miedo? Me quejaba cada vez que Rose insistía en que viéramos una película de terror o se escondía detrás de la puerta para darme un susto. ¿Estaba él pretendiendo que yo superase tener que ver a esas criaturas viscosas?

—Tengo miedo. Mucho miedo. No creo poder cerrar los ojos sin ver esas criaturas a centímetros de mi rostro, o sentir su babosa caer sobre mi nariz o escucharlas caminar detrás de nosotros. ¿Cómo quieres que aprenda a vivir con el miedo?

—No tienes muchas opciones. O luchas con ese miedo o te va a consumir, y la próxima vez que tengas una de esas al frente, te vas a paralizar —declaró, propinándome una suave palmada en la cabeza como si fuera una niña pequeña a la que le acaban de rechazar un dulce. En realidad, me sentí más bien como un perro—. Vamos a salir con vida de ésta, somos un equipo. Y tengo que decirte, estás del lado del equipo ganador. Plus, somos los más guapos.

—Tampoco creas que tenemos tanta competencia en el concurso de belleza, los hongos de los dedos de mi abuela son más atractivos que esas cosas —mascullé, desviando la mirada y mordiéndome el interior de la mejilla.

—¿Le viste de cerca los pies a tu abuela? Asqueroso.

—Algunos tenemos que ganarnos la mesada con pedicura, el Estado no nos reconoce nuestro duro y secreto trabajo con millones de dólares —me defendí, encogiéndome de hombros y sentándome sobre el montón de hojas secas, haciéndolas crujir bajo el peso.

Uno diría que un apocalipsis perdería peso, pero mi metabolismo no se daba el lujo.

Bajo la luz que se colaba por las copas de los árboles, extendí mis antebrazos hacia arriba, dejando que el viento y el sol hicieran su labor y me secaran el agua del ataque de pánico que había tenido.

—Tengo una duda.

—Otra no, por favor. ¿No podía invadir el departamento de una persona normal? —inquirió sarcástico, lamentándose sin ninguna dirección en específico.

—Cuando crucé el comedor, estaba lleno de cuerpos. ¿Cómo mataste a tantos de ellos?

—Lo creas o no, Millie, ya que al parecer tu mayor afición es subestimarme, soy una persona bastante entrenada y sé, perfectamente, sus debilidades.

—Yo no te subestimo.

Bueno sí, tal vez un poco.

—Lo que tú digas, pero, ¿quieres saber un secreto para matarlos con mayor facilidad? —cuestionó en un susurro, levantando una ceja y haciéndome una seña para que me acercara. Ni siquiera había gente cerca, por lo que, rodando los ojos, lo ignoré y no me aproximé a él. Tampoco que sus consejos me fueran a servir, no pensaba meterme en más enfrentamientos. Los iba a evitar a toda costa—. Va a ser inevitable, en algún momento te los encontrarás.

—Agh, está bien... ¿Cuál es el secreto? —contesté sin ánimos, y él me respondió volviendo a indicarme que pusiera la oreja. Con desconfianza, me incliné hacia él.

—El secreto es muy simple —dijo con suavidad, pasándome el brazo por los hombros, atrayéndome a él—. Los agarras por la espalda.

Caleb me empujó al lago, provocando que me sumergiera en él con un grito de sorpresa. En un principio, tragué un poco de agua sucia, con un sabor horrible, pero nada más grave; no era hondo, es más, de puntitas de pie el agua un poco más arriba del pecho. Sin embargo, lo examiné con odio.

—Eres un idio... —Antes de terminar, Caleb le dio una patada al lago, empapándome hasta las cejas.

—Y tú una aburrida, Millie... ¿Tu apellido?

—Millie Cortez, y si no me sacas de aquí me enfadaré muchísimo —sentencié, extendiéndole una mano. Él me observó desde arriba, mordiéndose el labio como si lo estuviera considerando para, finalmente, acceder y estrecharme la mano.

Aprovechando el contacto, afirmé mis dedos alrededor de los suyos y lo jalé hacia adentro, provocando que se zambullera junto a mí. Al salir a la superficie, me miró con los ojos entrecerrados.

—Caíste en la broma más vieja de la humanidad, Caleb... ¿Tu apellido?

—Dagger —se presentó, haciendo una leve reverencia y tomándome de la mano para depositar un casto beso en ella—. Un gusto conocerla.

—Un gusto conocerte a ti también, pero, ¿debería advertirte que esa mano estuvo dentro del pecho de un extraterrestre? —Trazando una mueca de desagrado, Caleb se limpió los labios—. Un gusto finalmente conocer tu nombre completo, Caleb Dagger. Ya no eres un desconocido... Generalmente las personas se conocen antes de vivir todo lo que vivimos.

—Sabes que estás no soncircunstancias normales. Además, nosotros estamos, claramente, fuera de todageneralidad, señorita Cortez.

Fugitivos del finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora