SEIS

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Romanoff y Brice pilotaban el quinjet. Cuando estuvieron a una altitud segura, encendieron el piloto automático y se acercaron al grupo que estaba alrededor de la mesa alta en la zona trasera de la nave.

―El hecho de que no podamos detectar señales de calor adentro es un indicio de que la seguridad es buena ―comentó la única mujer del equipo.

―Entonces necesitaremos cambiar de plan ―dijo Wilson, el más novato de los agentes.

Steve frunció el entrecejo al ver el esquema del plano de la construcción a la cual tenían que ingresar.

―Romanoff dijo que los demás socios llegan una hora después. Podemos suponer que O'Connor los esperará en el bar ―habló el líder.

―Entonces yo me encargo de que nos deje entrar ―Natasha tomó la palabra.

―¿Cómo? ―preguntó Brice.

―Usa tu imaginación ―susurró en el oído del agente, haciendo que este se sonrojara.

―No estoy muy convencido ―Steve la observó con seriedad.

La mujer decidió que quería divertirse un poco con el rubio incrédulo. Lo invitó a sentarse en uno de los lugares contra la pared de la nave.

―No es tan complicado, Rogers. Cuando un hombre comprende que una mujer está interesada en intimar, suele dejar de utilizar la cabeza ―se sentó a su lado.

―Tenemos poco tiempo.

―Beberé un poco. Les encanta pensar que el alcohol hace milagros con nosotras ―restó importancia.

―¿No es así?

―Yo nunca he utilizado esa excusa para acostarme con alguien. Beber hace que todo sea más divertido, pero no me hace desear a alguien con quién no me acostaría sobria.

Rogers se aclaró la garganta. Estaban tocando un tema muy personal para su gusto.

―Romanoff...

―¿Sabes qué? Ahora me estoy dando cuenta de que tal vez no estés convencido de que pueda seducir a O'Connor ―intentó sonar ofendida.

Se inclinó hacia el supersoldado y lo incomodó comenzando a subir una de sus manos por una de las piernas del hombre.

―¿Qué estás haciendo?

―Debes estar presentable y estoy haciendo a un lado las pelusas de la tela ―se excusó con una sonrisa traviesa.

―No es necesario ―detuvo el avance de la mano de la pelirroja.

―¿Sigues creyendo que no podría llamar la atención de nuestro objetivo?

El capitán negó con la cabeza y regresaron a sus puestos para discutir lo que seguía. Minutos después, el quinjet descendió por completo en el patio detrás de un edificio abandonado. Natasha acomodó su arma en el bolsillo de su largo abrigo blanco.

―¿Todos recuerdan su parte del plan? ―inquirió el capitán América, aprovechando para probar el funcionamiento del comunicador.

Los cuatro agentes asintieron. Steve le dejó su escudo a uno de ellos. Natasha y él darían la señal para que los demás ingresaran. La pelirroja fue la primera en entrar. Vio que su objetivo estaba tomando en la barra, muy pendiente de la conversación de una mujer rubia que llevaba puesto un vestido ajustado y escotado. Aquello hizo rodar los ojos de la rusa. Eligió un puesto apartado desde donde pudiera observar el lugar sin problemas.

―Puedes dejar tu abrigo en la entrada ―habló la camarera con expresión aburrida.

―Estoy bien así. Siempre tengo mucho frío.

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