TREINTA

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Regresaron a casa ya entrada la noche. Steve bajó a su hija dormida y la acomodó en su cama. Natasha apagó el televisor y las luces que no era necesarias. Luego, revisó en su tableta si las grabaciones de las cámaras de seguridad alrededor de su propiedad habían sido enviadas a su oficina.

―¿Dormiremos aquí? ―Steve asomó su cabeza en el dormitorio de la rusa.

―Depende de lo que tengas planeado hacer ―respondió acomodando su ropa en el placar.

―Quiero dormir un poco.

―Entonces sí.

Natasha se cambió de ropa en el baño mientras que Steve se quitaba la chaqueta, los pantalones y los zapatos. Él se subió primero a la cama y la rubia se acomodó entre sus brazos. La calma que él le brindaba con su presencia la ayudó a dormir en poco tiempo.

Steve no pudo cerrar los ojos con tanta facilidad. Se pasó la mayoría del tiempo mirando dormir a la rusa. Como parte de un favor personal, le había pedido a Hill que investigara sobre la organización que había entrenado a Romanoff. Realmente quería entender su forma de pensar sin preguntar directamente. Natasha siempre evitaba hablar de esa época, como si fuera un mecanismo de defensa. Las atrocidades que había leído todavía lograban perturbarlo. Imaginar a una pequeña pelirroja siendo entrenada a base de torturas lo enfadaba.

Ya comprendía las palabras que Melina había compartido con él fuera de la guardería de Zoe.

Si analizaba todo desde otro ángulo, realmente era una especie de milagro que Natasha no se hubiese convertido en una asesina serial que buscaba vengarse de lo que el mundo había permitido que le hicieran. También comprendía por qué la mujer se había aferrado a Zoe con uñas y dientes. El que la Red Room se encargara de evitar que sus reclutas pudieran ser madres explicaba todo. Además de ese pasado tormentoso, Hill no había hallado su expediente completo en ningún lado. Eso significaba que la misma Romanoff se había encargado de hacerlo desaparecer. Era por ello que había estado tan segura de estar en ventaja en caso de que ambos fueran a juicio por la custodia de la pequeña.

Natasha se removió en sueños y abrió los ojos de golpe cuando él le acarició el brazo.

―Tranquila, todo está bien.

Ella parpadeó varias veces hasta que se dio cuenta de donde estaba. Al reconocerlo, le acarició el rostro.

―Estás aquí... ―susurró.

―Claro que estoy aquí ―besó la mano que lo había acariciado.

―¿Te desperté?

―No. Vuelve a dormir, Nat.

Ella cerró los ojos y se acomodó de vuelta utilizándolo de almohada. No pasó mucho para que volviera a quedarse dormida y él regresara a pensar en todo lo que habían vivido juntos. Steve se quedó dormido varios minutos después, sin darse cuenta.

Lo siguiente que sintió fueron besos en su mejilla. Abrió los ojos con pereza, encontrando la mirada sonriente de Natasha. Ella le impidió que dijera una palabra, lo tomó de la mano y juntos fueron hasta la habitación de huéspedes.

―Son las seis de la mañana y eso nos da un poco de tiempo para los dos ―explicó cerrando la puerta y encendiendo el monitor para bebés.

Rogers se sentó en la cama, todavía algo confundido por despertar después de tan poco descanso.

―Creí que te agradaría la idea. Tal vez, tu sueño ha sido más interesante que la realidad ―señaló al miembro semierecto dentro de la ropa interior del supersoldado.

―Por supuesto que me agrada lo que propones―la tomó de la cintura y la estiró hacia su costado para hacerla caer en la cama.

El rubio subió más para estar más cómodo y ella no tardó en subirse encima suyo. Natasha lo besó con suavidad mientras levantaba la remera de su amante para después arrojar la prenda a un costado.

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