VEINTISÉIS

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Yelena se las arregló para informar su posición mientras seguía de cerca a la agente rubia de la CIA. Rogers debió hacer un buen trabajo al dejar a la mujer enfadada, caminando como si quisiera asesinar todo lo que pisaba. Llegaron hasta un edificio que no llamaba la atención. No estaba en el límite de la ciudad en dirección a la casa de los fugitivos, lo cual ayudaba a no levantar sospechas. Susurró el número de departamentos cuando la vio desaparecer detrás de una puerta. Bajó su mochila y vio los elementos que tenía disponibles.

Natasha se quitó los zapatos para subir por las escaleras sin hacer ruido. Alcanzaron a Belova unos minutos después.

―¿Una simple subida de escaleras los agitó tanto? ―inquirió la rubia al ver el estado de los recién llegados.

―Hay civiles en el edificio ―comentó el ex capitán América.

―¿Y? ―preguntó Yelena.

―Intentemos algo sin disparar armas―propuso―. No debemos lastimar a personas inocentes.

La mujer de ojos castaños lo observó como si se hubiese vuelto loco. Después miró en dirección a Romanoff, quien se encogió de hombros, logrando un gesto de desagrado en la rubia.

―Bien, entonces ve hasta la fachada y vigila que nadie escape por las ventanas.

El hombre asintió antes de bajar las escaleras.

―Es muy mandón ―se quejó Belova―. Creí que recitaría el juramento a la bandera.

―Está acostumbrado a ser el líder.

―Me lo tiraría solo para ver si también le gusta mandar en la cama ―la molestó.

Natasha sonrió de lado, recordando brevemente algunos de los buenos momentos que había compartido con el supersoldado al mando.

―¿Qué te parece si usamos granadas con somnífero? Ayudará a acelerar las cosas ―propuso Natasha al ver el contenido de la mochila.

No tenían intenciones de dejar fuera de combate por mucho tiempo a los agentes. Era probable que necesitaran que alguno de ellos les diera información.

―De acuerdo ―guardó los dardos tranquilizantes.

Desde afuera, Rogers vio un leve resplandor dentro de la habitación que vigilaba. Escuchó sonidos de alboroto y luego una de las ventanas se abrió. Natasha sacó su cabeza para indicarle que podía subir.

Al llegar a la habitación, encontró a Sharon y tres agentes atados a manos y pies, sentados en un rincón. Todos ellos estaban dormidos. Natasha los vigilaba de cerca, esperando cualquier movimiento que delatara que se despertarían pronto.

―Puedes informarle a tu equipo que ya pueden salir ―señaló Yelena, desactivando las cámaras y micrófonos de la casa.

Steve tomó el celular que le arrojó Romanoff y llamó a su celular que estaba en la casa. Bucky recibió sus instrucciones durante varios minutos.

―La información está encriptada ―anunció Belova, levantándose de la silla giratoria y cediendo su lugar a Natasha.

Steve buscó notas escritas a manos en el departamento. Halló una libreta en una de las habitaciones. Parecían reportes con palabras claves. Se sentó en la cama para leer con tiempo. El nombre de Armand Lafinur le llamó la atención. ¿Habían averiguado con quien trabajaba?

En la otra habitación, Natasha tuvo acceso a las grabaciones de lo que sucedía en la casa. La buena noticia era que apenas estaban en la etapa de recolección de información y todavía no habían enviado ningún reporte a sus superiores. Eso aseguraba que las grabaciones se eliminarían sin riesgo de copias y que allí terminaría el rastro.

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