VEINTIUNO

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Zoe hacía chocar sus pies en su silla alta sonriendo a la par que jugaba con su pequeño vaso de plástico con agarraderas en los costados. De vez en cuando miraba a su madre moverse de aquí para allá, preparando el desayuno.

―Ya está, preciosa. Ahora vamos a comer ―puso el plato en la mesa frente a la niña―. Abre la boca.

Ella exageró diciendo un prolongado "a" hasta que la comida estuvo adentro. El tiempo que usaba para masticar y tragar, Romanoff lo aprovechaba para comer los huevos revueltos que se había cocinado. Cuando terminaron de alimentarse, fueron hasta la sala de juegos de Zoe.

―¿Qué quieres jugar? ―preguntó la mujer.

―¡Rompecabezas! ―apuntó a la parte de arriba del estante de la esquina.

Natasha tomó uno de los rompecabezas de ochocientas piezas que todavía no había abierto. En un extremo de la caja aparecía el diseño terminado de una mariposa multicolor. Zoe se sentó en el almohadón junto a su mesita se juegos. Apartó sus dibujos muy emocionada. La rusa descargó las piezas y se sentó al lado de su hija.

La pequeña Romanoff hizo un mohín mientras examinaba algunas de las piezas. Su rostro de concentración era demasiado adorable.

―Estoy lista ―habló después de unos minutos.

―Adelante.

Zoe comenzó uniendo las piezas de los extremos, descargando los que tenían cuatro lados para juntar. Tarareó la canción de su programa favorito "Bob el constructor" a medida que buscaba las piezas que necesitaba.

―Mami, ¿por qué no tengo papi? ―preguntó inesperadamente.

Natasha se quedó en silencio, pensando en algo bueno que decir.

―Dan dice que tal vez sea porque hice algo mal ―continuó esperando que le contestaran.

Dan era el niño de cinco años que Melina y Alexei habían adoptado un año atrás. A Zoe le gustaba pasar tiempo con él y escuchar sus historias sobre la escuela.

―¿Qué piensas tú?

―Que solo tú puedes decirme lo que sucede.

―Eso es cierto. Creí que me preguntarías por tu papá en unos años más...

―Entonces ¿tengo un papá? ―dejó de jugar y giró hacia su madre.

―Por supuesto, todos tienen un papá.

―¿Dónde está el mío?

Natasha suspiró. Sabía que Zoe podría recordar para siempre su respuesta. No quería arriesgarse a que la odiara por añadir otra gran mentira a su vida.

―¿Cómo te lo explico? Cuando jugamos a las escondidas te ocultas hasta que yo te encuentre, ¿cierto?. Tu papá está jugando a las escondidas con los americanos. No puede dejar de jugar ahora.

―Quiero verlo.

―Lo verás algún día ―prometió―. Tienes los ojos del mismo color que él.

La niña sonrió.

―¿Él me quiere?

―Te ama tanto como yo.

Lo haría si supiera que existes.

―Bien ―se mostró momentáneamente satisfecha, regresando su atención a terminar de armar la mariposa que ya tenía dos de los siete colores que completaban la figura.

La mujer supo que su pequeña volvería a preguntar sobre el asunto. Siempre insistía con los temas que le intrigaban.

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