VEINTICINCO

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Steve y Wanda regresaron a Francia cuando comenzaba a anochecer. El supersoldado estaba satisfecho por haber conseguido la promesa de Barton de no comentar con nadie lo que había descubierto. Rogers había llegado a tiempo, pues el castaño tenía intenciones de enviar lo que había descubierto en unos días a Tony Stark.

Descendieron de la nave en zona boscosa. La castaña se encargó de cubrir el quinjet con hojas, ramas y tierra para que no llamara la atención. Como medida de precaución, estaban acostumbrados a dejarla en diferentes lugares cada vez que la utilizaban. Aquel era el más alejado hasta el momento. Caminaron en silencio siguiendo la línea al costado de la carretera.

―Algo me dice que tienes algo que hablar conmigo ―comenzó el supersoldado.

Wanda se mordisqueó la mejilla interna muy indecisa.

―La forma en la que vive Clint me hizo pensar en que tal vez desee algo igual para mí. Podría conseguir nuevos documentos y vivir en una ciudad alejada.

Siendo sincero consigo mismo, Steve sabía que tarde o temprano alguno necesitaría tomar su propio camino. No tenían una vida muy fácil de llevar allí en Francia. En varias ocasiones se había preguntado el motivo por el que seguían juntos. Era cierto que todavía tenían ciertas misiones como equipo, pero ya no estaban obligados a trabajar así. Quizá se debía a que, en el fondo, la esperanza de que el mundo los necesitara de vuelta seguía sin extinguirse por completo.

―¿Piensas irte sola o con Bucky?

―Solo fue una idea que tuve. Supongo que llega un momento en que todos deseamos vivir tranquilos.

Rogers asintió.

―Además ―continuó la mujer―, no creo que James desee acompañarme. Está demasiado confundido.

―Supongo que sí.

Aunque prefería pensar que él ya estaba casi en perfectas condiciones, lo cierto era que no. No le habían pasado desapercibidos los momentos en los que Barnes se quedaba repentinamente con la mirada perdida, desconectándose de todo a su alrededor.

―Decidas lo que decidas, quiero que sepas que eres importante para el equipo y tendrás mi apoyo ―sonrió el líder.

Maximoff agradeció las palabras con una leve sonrisa y siguieron caminando varios minutos más. Alcanzaron hasta el cartel que indicaba que había una estación de servicio a unos metros, eso quería decir que todavía les quedaba un kilómetro por recorrer antes de llegar a casa.

Faltando poco para arribar, una piedra salió volando en dirección a los pies del hombre. Steve miró a su alrededor. Los últimos rayos del sol ya se habían escondido, dejándolos a merced de la luz de las estrellas. La acción se repitió dejando claro que alguien deseaba su atención desde un terreno baldío.

―Pensé que no llegarían hoy ―comentó Natasha, surgiendo de la oscuridad.

Steve bajó su escudo al reconocer a la rubia.

―¿Qué sucede? ―preguntó frunciendo el entrecejo.

―Ella es Yelena ―presentó a otra mujer rubia que se acercó―. Le pedí que averiguara si estaban siendo vigilados. Encontró micrófonos y cámaras escondidas en la casa donde se están quedando.

El rubio intentó distinguir a alguien más en la oscuridad.

―Solo son ellas dos ―informó Wanda.

Maximoff se metió a la mente de Romanoff, distinguiendo preocupación genuina.

―No puede ser... Nosotros mismos remodelamos el lugar ―replicó el rubio.

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