VEINTISIETE

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Los siguientes días transcurrieron lentamente y sin inconvenientes. Steve había descubierto que se sentía muy cómodo al convivir con Natasha y su hija. Romanoff ya no parecía considerarlo una amenaza, lo cual ayudaba mucho a aligerar la situación. En poco tiempo, había aprendido cosas bastante elementales sobre ser padre. Ahora podía desenvolverse con más tranquilidad y disfrutaba hablar sobre los momentos buenos de su infancia. Zoe había escuchado cada historia con atención. Las anécdotas divertidas de su padre la llevaron a preguntar por los recuerdos de la niñez de la rusa, quien había logrado distraer sutilmente a su hija con otro tema, dejando al americano intrigado. ¿Qué tan dura había sido su infancia? ¿Estaba su pasado relacionado con la forma en la que cuidaba a Zoe?

―Cuando sea grande, quiero ser tan bonita como tú, mami ―dijo la niña mientras veía cada paso de la rutina de maquillaje de su madre.

―Serás incluso más hermosa ―aseguró terminando de pintar sus labios en un tono rojo vivo.

Zoe sonrió feliz y le pasó el colorete de su juego de maquillaje para niñas pequeñas.

―Junta los labios ―pidió la rusa antes de pintarle―. Perfecto, ya quedaste.

Las dos salieron de la habitación de la rusa al mismo tiempo. Zoe fue directo hasta la cocina donde Steve estaba terminando de preparar la cena.

―Mira, papi ―lo hizo mirar en su dirección.

―Estás muy linda ¿acaso saldrás y no me lo dijiste?

La pequeña Romanoff se sonrojó levemente y negó moviendo la cabeza a los lados.

―¡Hoy tomaremos el té! ―le recordó.

―Tienes razón. Casi olvido tu invitación.

Natasha buscó su pequeño bolso. Guardó su celular y su billetera adentro. Después regresó a ponerse sus sandalias con el tacón puntiagudo.

―Steve, recuerda que debes cortar la carne en trozos pequeños ―señaló acercándose para darle un beso de despedida a Zoe.

El supersoldado asintió, sin saber si debía decir algo ante el aspecto deslumbrante de la rusa. El vestido azul marino que llevaba puesto parecía estar hecho especialmente para ella. No era muy corto, lo que hacía resaltar su figura sin llegar a resultar vulgar. El escote era discreto, pero no se necesitaba enseñar mucho para hacer resaltar sus atributos delanteros.

―Y nada de helado de postre ―advirtió con seriedad.

―Nos portaremos bien ―prometió la niña, mirando de forma cómplice a su padre.

―Eso espero.

~<>~

¿Hacía mal en preocuparse porque ya era cerca de la media noche y Natasha no regresaba? Quizá había hecho mal en no preguntarle a dónde iría o con quién. Ella simplemente le había pedido que cuidara a Zoe mientras ella salía.

¿A quién engañaba? Lo que realmente no lo dejaba tranquilo era pensar que Romanoff podía estar en los brazos de algún hombre. Solo tenía que cerrar los ojos para revivir el beso que habían tenido. Llevó las manos a su cabeza y revolvió sus cabellos. Se volvería loco si seguía imaginándola de esa forma, pero siendo el otro el causante de su sonrojo y respiración agitada.

Romanoff llegó una hora después. Tenía una sonrisa en el rostro después de haber pasado una linda velada con Melina y Yelena. El tiempo de respiro entre mujeres había sido necesario después de tantos días con Steve en casa y sin que sucediera nada entre ellos.

Recordó que le había dicho que debía ser discreto si quería llevar a alguna mujer a la casa. La habitación de huéspedes estaba más apartada, así que le daba la privacidad que necesitaba si él quería intimar con alguien. La oportuna intervención de su hija había evitado que el hombre pudiera responder. Le había dicho aquello para que creyera que no tendría problemas con verlo con otra mujer, así él pensaría que le daba igual lo que él hiciera con su vida.

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