Capítulo 15: Mapo tofu

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¿Quién diría que una melodía se sentiría como su hogar?

Si Yoongi piensa en cada una de las cuestiones que envuelven su vida, quizás aquella suave y desentonada composición que se tambalea en su memoria, se siente como una de las más cercanas —como si envolviera su piel y se metiera en sus entrañas.

Es seguro, desordenado y cálido. Las teclas blancas del piano se sienten seguras mientras él las empuja y las melodías que emanan de ellas son más personales que cualquier otra cosa. Hay un poco de su infancia y los parques de Daegu, tiene toques de Seúl y su paso por la adolescencia, calles marcadas y logros repetidos, está la esquina del conservatorio de Seúl y su sala que lo escuchó durante horas, son pequeños y cortos destellos de muchas circunstancias —una vida entera si debe ser sincero. El piano y sus melodías, su primer amor y uno de sus más grandes delirios.

La primera vez que se encontraron fue a sus siete años, cuando su padre desenterraba viejas reliquias de su antiguo hogar. Era marrón y se hallaba abandonado en una esquina, sus teclas amarillentas lo llamaron y un sonido desafinado le dio la bienvenida. Se trataba de algo hermoso, tan grande que en sus palabras no había una explicación ni la más mínima idea de cómo exponer la forma en que su corazón se exaltó. Era marrón, lleno de telarañas y completamente viejo; pero, justo entre esas teclas amarillentas, Min Yoongi encontró el amor. Eran melodías desordenadas al inicio, notas caóticas soltadas por un niño de siete años; pero incluso de esa forma, todo lo que tocaba estaba lleno de vida.

Su padre notó su emoción y justo como si se tratara del más hermoso inicio, lo llevo ante un edificio enorme; con puertas dobles y grandes ventanales, lo más importante, es que estaba lleno de las cosas que más amaba. Y así empezó, justo después de cumplir ocho años, inició sus clases en la sección inicial del conservatorio de Seúl, no fue un camino fácil, y sus dedos tocaron hasta que dolieron; pero él lo sentía, la música embargaba sus venas, y jura que aún puede sentirlo.

Creció ahí, con teclas blancas y grandes pianos que ocupaban más de media sala. Sus botas militares y sus partituras a veces se quedaban atrás, y mientras más crecía la pregunta que había evitado durante años se hizo más grande, ¿ese era su futuro? ¿Estaba bien dejarlo todo, si con ello podría hacer lo que amaba? Era un niño y luego un adolescente sin respuestas claras. Si sus decisiones hubiesen sido distintas, ¿qué habría cambiado? Probablemente, no hubiera conocido a Namjoon ni al resto de sus amigos. Quizás sería maestro como su padre y eventualmente, con todo su tiempo libre, habría encontrado más razones para que su corazón enloqueciera.

Justo en ese instante, cuando un par de manos frías tocan sus hombros y la sonrisa amable de Namjoon se alza ante sus ojos, siente que sus pies vuelven a pisar tierra.

—Siempre traes la corbata chueca —murmura en tono suave— Voy a extrañar esto, ¿tú no?

Lo dice y se siente como si él no se diera cuenta de que es una despedida. Sus manos rozan su cuello, mientras acomoda el pedazo de tela negra, el castaño ríe por su nudo mal hecho y se encarga de dejarlo "presentable" para una audiencia entera. Namjoon siempre lo hizo por él, acomodar su corbata y amoldar su cabello rebelde —en ocasiones, y dependiendo la situación, masajeaba sus hombros con delicadeza. Era ese punto de calma que necesitaba antes de las tormentas, antes de presentarse y perderse entre las melodías.

Es una tradición de la universidad, realizar aquella especie de cierre para sus estudiantes de último año, una especie de despedida a su largo trayecto. Era su momento para lucirse después de tantos años de esfuerzo, era agradable no ser un grupo extremadamente grande, pues el solo de cada uno consumía demasiado tiempo.

—¿Y si me olvido las notas? —Yoongi pregunta—. Sabes que puede pasar.

—Siempre puedes improvisar.

Tastes just like home.    (ksj+myg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora