Capítulo 1: Spicy noodles

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Seúl, 2016.

Yoongi se mantiene en silencio, mientras a lo lejos puede oír el retumbar del reloj y sus agujas en carrera, acompañadas ligeramente por el siseo de la respiración de Seokjin que duerme cómodamente a su lado.

Su cuerpo, pequeño y suave, es rodeado por un par de brazos fuertes que lo aprisionan. Su corazón palpita fuertemente contra su pecho, y cree que si presta la suficiente atención, podría sentir sus latidos sincronizarse con los del mayor.

Yoongi conoce perfectamente ese lugar, la calidez de los brazos de la persona que ama. Sus piernas ligeramente entrelazadas y el cabello de ambos que cae de forma desordenada. Son un caos de camisetas de algodón mal acomodadas, y manos revoltosas que se pasean mientras duermen.

Es cómodo y familiar. Se siente como el lugar más cálido del mundo, un pequeño refugio en medio de los brazos del otro.

Un lugar seguro, lejos de todo el bullicio de la ciudad.

Seúl parece brillar afuera con sus calles solitarias y una ligera ventisca. El pelinegro encuentra algo bastante cálido en medio de la oscuridad de la noche; el contraste de las sombras con la luz de las farolas colándose por la ventana. Resulta incluso poético a sus ojos la forma en que la bruma de la noche embellece toda una ciudad.

Yoongi lo intenta, podría incluso jurarlo. Pero no importa que tan agotado esté, no puede dormir. Sus ojos no logran cerrarse y su mente no deja de revolotear. Ni la respiración calmada ni el bonito cielo nocturno ayudan. Las paredes blancas, tan tediosas a sus ojos, solo lo marean más.

Gira su cuerpo con la delicadeza suficiente para no despertar a su pareja. Intenta sumergirse a sí mismo en el pecho del mayor, incluso si aquello es anatómicamente imposible. Él espera que eventualmente sus sentidos logren adormecerse, quizás dejarlo dormir un poco.

Pero su mente nunca para y aquello lo aterra.

El siseo del mundo a su alrededor lo marea. La forma en que todo se detiene y gira a su propio ritmo. La poca piedad de una sociedad acostumbrada a correr. Yoongi, se siente abrumado, incluso si Seokjin, su lugar seguro, lo tiene arropado entre sus brazos.

Seokjin, que sabe a hogar, y huele ligeramente a vainilla y shampoo de manzanilla. El mismo chico de brazos cálidos, que aman sostener su pequeño cuerpo, que tiene piernas torpes y labios pomposos. El mismo que besa su frente y significa el lugar más seguro del mundo para él.

Hay una pequeña pausa en el irremediable cause de pensamientos caóticos que atormentan a Yoongi; el movimiento del cuerpo cálido que lo cobija, Seokjin abriendo lentamente los ojos quitándose la pereza que carga.

—¿Sucede algo, Yoongi-ah?

El mundo se detiene por un momento con el retumbar de una ligera voz raposa entre sus paredes.

—Lo siento —murmura suavemente Yoongi—. Solo soy yo dando vueltas entre tus brazos.

Seokjin asiente, mientras el pelinegro cierra los ojos intentando disminuir la culpa que crece en su pecho. El cabello negro que cae arremolinado sobre su frente es suavemente acomodado.

Por manos suaves y calmas.

—Sabes que si no puedes dormir, puedes despertarme, ¿verdad? —Las manos cálidas y calmas detienen su recorrido por un momento, y un suave beso cae sobre el remolino de mechones desastrosos —. El universo no explotara cruelmente si pides mi ayuda, al menos, no hoy.

Yoongi ríe suavemente, aún sin moverse del pecho cálido que lo abraza, mientras sisea un tímido:

—Está bien.

Tastes just like home.    (ksj+myg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora