Prólogo.

442 52 0
                                    


Año 1997.

Bruselas, Bélgica.

Nuevamente llegó con un labio lastimado y un breve moretón en su pómulo derecho.

Se limpió las lágrimas antes de acostarse a mi lado. Aunque sus ojos ya no tenían un radiante brillo, su rostro trataba de iluminarse cuando me sonreía. Para mí, ella era la mujer más hermosa que había visto en toda mi vida y la amaba, la amaba tanto porque era el único espíritu celeste que se paseaba en medio del infierno que era La Hermandad.

—Vin. —me llamó con su voz quebrada— Mi niño —dijo, abrazándome.

—Hola, mamá.

Mamá era muy joven y muy hermosa. Tenía suerte de tenerla. Mamá me abrazaba y me hacía sentir que el cielo realmente existe. Mamá me cuidaba y yo me odiaba por no poder hacer lo mismo con ella. No tenía ni una mínima idea de qué pasaba en su vida o como ella terminó en La Hermandad.

Mamá me hablaba con voz suave y llena de amor. Me tomó en sus brazos y me llevó hasta la tina. Me quitó la ropa y me metió en el agua tibia. Su tacto era tierno y delicado sobre mí. Haciendo mucha espuma, empezó a cubrirme. Me miró y su mirada se entristeció al ver los moretones en mi pequeña espalda y la reciente sutura que tenía en el brazo.

—Está bien, mamá —le dije, acariciando su mejilla— Seré más rápido y aprenderé pronto para que no me hagan más heridas. —las lágrimas llenaron sus mejillas— Estoy bien, mamá. Ya no duele. Te prometo que seré tan bueno como los demás o incluso mejor. No me alcanzarán y así no lloraras por mis heridas.

—No, Vin. No sigas sus pasos —dijo mientras sorbía por la nariz.

—Papá dice que lo llevamos en la sangre, que ese es nuestro propósito.

Mamá me tomó de las manos y me miró fijamente— Tú no tienes que ser así, Vincent. —me habló con un tono contundente para que me grabara sus palabras— Cuando crezcas debes alejarte de todo lo que rodea a La Hermandad y si puedes... hijo si puedes por favor acaba con la misma.

—Pero mamá...

—Debes cambiar tu vida para cuando llegue tu ángel. Debes tener una buena vida para cuando conozcas a ese ser que deberás proteger.

—Tú eres ese ángel, mamá. A ti te voy a proteger.

Ella negó en un movimiento de cabeza— Llegará uno y será un ser al que deberás proteger a toda costa. Aleja a ese ángel de esta vida. Cuídalo y amalo tanto como puedas. ¿Entiendes lo que digo?

Asentí moviendo mi cabeza mientras me quitaba el jabón de las mejillas.

—Nunca te cohíbas de amar y proteger a las personas que te importen. Nunca, Vincent. Nunca dejes que nadie le haga daño a quien te ame, grábate eso muy bien. —una lagrima rodó por su mejilla— También procura que mi historia no continúe repitiéndose.

Mamá apoyó su cabeza sobre la tina y respiró con pesadez. Sus lágrimas abundaron en el ya frio baño. Le acaricié la cabeza y traté de consolarla con un abrazo mientras dejaba a un lado el miedo de que quizá se enojara porque la estaba mojando. Pero mamá nunca se enojó conmigo. A pesar de todo lo vivido siempre fue una excelente persona conmigo.

—Vincent, —susurró— nunca olvides que mamá te ama más que a nada en este mundo. Mamá espera que seas un buen chico y nunca, pero nunca llegues a hacer lo mismo que hace tu padre. Nunca en tu vida fuerces a alguien a estar contigo.

Sus palabras resonaron en mi mente por los días siguientes.

Una noche mamá no regresó a la habitación en la que dormíamos. Cuando escuché los gritos y sollozos de papá, salí corriendo para ver qué pasaba. Él estaba con una botella de licor en su mano, los ojos los tenía rojos por llorar y por la rabia. Algunas de las empleadas a su alrededor lloraban mientras se abrazaban, otros me veían con algo de tristeza y los hombres de las esquinas inclinaban sus cabezas mostrando respecto.

—¿En dónde está mamá? —me atreví a preguntar con voz trémula.

Kira, la esposa de papá se acercó a mí. Inclinándose para hablar a mi altura respondió a mi pregunta— Esa mujer a muerto en un accidente automovilístico.

—Kira —le llamó papá, reprendiéndola por la forma tan frívola en la que había soltado la noticia.

—¿Qué? —preguntó, recuperando su postura— En unos años Vincent será un hombre. No está de más que ya vaya aprendiendo que las muertes se convertirán en una victoria para nosotros.

Papá estalló la botella contra la pared y salió hecho furia. En ese momento llegué a creer que realmente le estaba doliendo la noticia de perder a su "mujercita", como él solía llamarla.

Conan, el hijo de una de las empleadas y mi mejor amigo se acercó a mí. Después de tomarme por el brazo me arrastró a la habitación. Movió los carritos que tenía sobre la cama y nos sentamos.

Yo estaba en blanco. Tratando de hacerme el valiente apreté los dientes evitando un puchero.

—Está bien si lloras, Vincent —dijo, pasándome un brazo por el hombro— Sé que la vas a extrañar, así como yo extrañe a mi padre. Llora si quieres.

Quería llorar, pero me sentía estúpido e inservible. Nunca pude cuidar de mamá. Y ahora, ella se había ido para siempre.

—No soy ningún débil, Conan. —dije, poniéndome de pie— Nos han enseñado a no sentir pena por la muerte de otros.

—Era tu madre...

—No importa, ya no está.

Al día de hoy me sigo sorprendiendo por mi reacción. Debía tener muy jodida la cabeza por todos los de La Hermandad como para que un pequeño niño respondiera de esa manera.

Aquel día pensé que nunca conocería a mi ángel. Aquel día todo se quebró dentro de mí porque mi único ser preciado se había ido.

No conocería a mi ángel porque mamá se había ido. No conocería a mi ángel porque mamá me dejó solo y me condenó a vivir el infierno al lado de papá.

La DornanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora