Capítulo 1.

375 48 0
                                    


Año 2013.

Mientras le echaba una calada a mi cigarrillo, Conan pasó por mi lado con su nueva adquisición de la semana. Dejó a la chica de tacones amarillos en el taxi y la despidió. Regresando a mi lado se encendió un cigarrillo para él.

—¿Algún día me vas a seguir el ritmo? —me preguntó, guardando el mechero en su bolsillo.

—Paso de eso. No me veo queriendo estar con varias personas.

—Tampoco te veo con el ánimo de los idiotas que se quieren enamorar y venir lloriqueando porque les rompieron el corazón.

A lo largo de mis veintidós años nunca me había enamorado. Nunca me he creído el típico capullo que dice que nunca se va a enamorar para después estar como un completo pendejo tras la falda de quien venga y le derrumbe la fachada.

Simplemente no la había buscado y a decir verdad me había rendido en intentar por lo menos encontrarla y conocerla. Las esperanzas de tener a una buena mujer se me escaparon el día que decidí entregarme por completo a La Hermandad.

Quería un ángel, pero yo no merecía uno. Un ángel no debía estar con un tipo que desde que tiene uso de razón ha estado haciendo tanto daño y eso no le causaba ni una mínima pizca de pena o dolor.

—Oh... —dijo Conan sacándome de mis pensamientos— ¿Acaso andas enamorado de mí? —solté una carcajada— Te quiero, hermano, pero no eres mi tipo.

—Cierra la boca imbécil. —dije riendo— Trae el auto. Nos están esperando.

—Pero dime ¿no me quieres? ¿no sientes nada por mí? —preguntó con dramatismo y fingiendo decepción— ¿Si quiera tienes la capacidad de sentir?

No contesté a su pregunta. Para ese momento tenía la plena seguridad de que mi capacidad para tener un lado cálido estaba por llegar a algo nulo.

Esa tarde nos reuniríamos en La Hermandad. ¿Se están preguntando de qué va todo en ese lugar? La respuesta es sencilla. La Hermandad vendría siendo el hogar de varios asesinos de elite.

La Hermandad había sido fundada por mi abuelo y un grupo de hombres en Inglaterra, o así era como me contaban las cosas. Había empezado como algo de quitar del camino a ciertas personas, sacar del camino a los malos, quitar del mundo a quienes hicieran daño, pero después se hicieron varias modificaciones y las bases de un principio se derrumbaron.

La nueva fortaleza estaba ubicada en un condado muy lejos de las grandes multitudes. Cuando Conan estaciono, tocó la bocina y las cadenas empezaron a moverse para ayudar a que la gran puerta se abriera y nos dejara entrar al lugar.

—Señor Ákos —me llamó por mi seudónimo, con un tono de gracia.

—Señor Caronte —le respondí y bajamos en del auto.

Todos los pertenecientes en la Hermandad tenemos un seudónimo, digamos que es la identificación de cada uno, pero solo el nombre no bastaba, pues todos detrás de nuestra oreja izquierda tenemos tatuado dicho seudónimo.

Me acomodé el traje y junto a Conan nos adentramos a la gran arquitectura.

—Me vendría bien un descanso —le dije cuando vi que nos estaban solicitando para una reunión.

El que estuviéramos todos reunidos sólo podía significar dos cosas. La primera, nuevos nombres para la cacería. La segunda, malas noticias.

Cada persona en la hermandad tiene una especialidad y una tarea en específico.

Lo mío son las armas, los tiros a las distancias, las balas curvas y simplemente debo matar a las personas que estén en mi lista sin darle tantas vueltas al asunto.

La DornanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora