Capítulo 15.

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Pasadas más de catorce horas en un vuelo, finalmente el avión aterrizó en Zaventem. Conan estaba más dormido que despierto. Giselle dejaba a la vista que era su primera vez en dicha ciudad pues incluso en el aeropuerto tomó varias fotos y miró todo con gran sorpresa. Rocío, ella bueno, ella traía esa cara inescrutable, a ella a veces sencillamente no podía describirla.

Eran las cinco de la mañana y decidimos tomar un café mientras esperábamos por Conan que se había encargado de conseguir el auto, que en realidad era el suyo, el que había dejado en el parqueadero cuando hicimos el último viaje a California. Giselle subió de copiloto, Rocío y yo nos deslizamos en los asientos traseros después de guardar el equipaje. Ella se llevó las manos a los bolsillos, haciéndose un casi ovillo mirando por la venta, había tanto por ver, pero ella solo miraba a la nada. Conan se veía a gusto conduciendo por los caminos que tanto conocíamos, algún recuerdo debía asomarse en cada cuadra. Giselle se mostraba encantada, ella realmente disfrutaba el conocer nuevos lugares. Al haber pasado prácticamente toda mi vida en Bruselas no apreciaba la ciudad como lo hacían los turistas, no veía la misma belleza que ellos. Llegué a pensar que lo que para Conan y para mí era sólo pasearse por sus natales calles, para Giselle sería el inicio de empezar a experimentar el síndrome de Stendhal, incluso llegué a pensar que si la llevábamos a ciudades como Florencia, ella experimentaría el ya nombrado síndrome en todo su esplendor.

Rocío no estaba viendo la bonita arquitectura. Quizá, sólo quizá ella estaba viendo recuerdos que la hacían sentir ahogada en un grito de ayuda para que alguien la sacara de allí.

Me acerqué un poco a ella y llamé su atención— ¿Estás bien?

Se deslizó un poco más haciendo que prácticamente su espalda fuera lo que descansará en el asiento— Odio estar aquí —dijo, en un hilo de voz apuntó de ser entrecortado.

Tiré un poco de ella, haciéndola descansar sobre mi regazo y así nos mantuvimos. Según las indicaciones recibidas por Rocío, la casa también era a las afueras de la ciudad. Después de largos minutos y varias praderas, visualice una enorme casa con una arquitectura preciosa como si hubiese sido la única en mantener la esencia de épocas pasadas. Era enorme, majestuosa, lo amplia y vieja le daba un toque a historia, mucha historia que había quedado plasmada en cada pared.

Rocío suspiró y se bajó con pesadez del auto— ¿Ustedes viven cerca de aquí?

Conan negó— También vivimos a las afueras, pero hacia el otro extremo.

—De antemano digo que, si mi hermano no cumplió con su palabra y la amargada está adentro no los culparía si desean salir corriendo, yo los apoyo.

Giselle rio— Ya Roci. Pasaremos buenos días.

—Sí, ajá.

Tomamos las maletas y antes de pararnos frente a la puerta está se abrió.

Su cabello rojizo, ojos color avellana y esa muy pálida piel fue lo primero que capturé. A él las pecas se le notaban mucho más que a ella. Era alto y su físico no era ni de alguien sedentario ni de alguien atlético. El mismísimo Jack Dornan estaba frente a nosotros y yo no podía creer que era él a quien tanto esperábamos.

Su sonrisa fue sincera y muy noble al vernos. ¿En serio este había sido el asesino de Geckos?

—Sabía que eran ustedes en cuanto escuche el auto.

—Tampoco es que tengas muchas visitas —dijo Rocío.

Jack la miró y su sonrisa se amplió. Estiró los brazos mientras se acercaba a ella. La abrazó y pude presenciar el momento más puro entre hermanos. Ella lo envolvió por los hombros y él por las caderas, estaba a nada de elevarla.

La DornanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora