Capítulo 14.

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Yo no era lo que Rocío merecía y eso estaba más que claro. Quizá tampoco era su ideal. No busca ser su perfección, pero pensé en que me gustaría también ser su error favorito. Quería continuar siendo ese con el que se quedaba en silencio o ese con el que tenía cautivadoras conversaciones en la cama.

Al principio llegué a pensar que el tiempo no iba a ser importante y que todo se trataba de solo disfrutar. No recuerdo con exactitud cuándo empezó todo, pero yo había puesto fecha a su final, debía cambiar eso porque solo horas no iban a ser suficientes para jactarme por completo de ella.

Ni en la alocada imaginación de quien supiera toda nuestra historia o incluso conociera aquellos secretos ocultos que yo aún desconocía, hubiese llegado a pensar que ella y yo íbamos a estar destinados a conocernos. O quizá si estábamos destinados, destinados a destruirnos el uno al otro, pero por esa noche ella y yo solo quisimos ir en contra de la corriente, acabando con las reglas preestablecidas.

Un narcisista que se creía superior a todos los de La Hermandad al creer que las equivocaciones nunca se harían presentes en su historial de trabajos, deseó que aquel error con el que se había acostado pudiese repetirse una y otra vez hasta que dejáramos de creer que éramos un error y empezáramos a pensar en que solo éramos dos jóvenes que la pasaban realmente bien cuando estaban juntos.


Aquella última mañana en California, estaba tumbado al lado de la mujer que no merecía, pero que anhelaba tener. Pensé en las palabras de mi madre mientras la miraba. Iba a cambiar. Iba a mejorar mi vida por ella, por ellas. Porque mamá quería que yo tuviese una buena vida y porque quería ser lo que Rocío merecía tener a su lado.

Los arrebatos de violencia y los que más que arrebatos eran mi trabajo, debían acabar. La vocecita en mi cabeza reía una y otra vez ante mis pensamientos. Era difícil aquel propósito, pero esperaba no me fuese imposible.

—Me encargaré de todo. —susurre— Todo va a estar bien.

Me acerqué a ella, contemplando la forma tan tranquila en la que dormía. Besé cada parte de su piel, esperando que despertara. Me puse encima de ella después de haber paseado mis labios por sus piernas y torso, continué mi recorrido por sus brazos. Ella soltó una leve risa cuando me detuve en su cuello, aquello me hizo saber que llevaba varios minutos despierta y solo se había quedado con los ojos cerrados dejándome continuar. Ella sonreía cuando me dispuse a desparramar besos por todo su rostro.

—Estás muy cariñoso —susurró contra mi boca en cuanto la besé.

—Hasta a mí me sorprende mi actitud. —confesé, tumbándome de lado y tomando su mano, entrelazando mis dedos a los suyos— Amaría poder detener el tiempo.

—¿Para qué?

—Por una vez en mi vida quiero que todo gire entorno a un solo momento. A este momento, no quiero que esto acabe, quiero que continuemos así.

—¿Pasa algo, Vincent?

Negué— Es solo que dentro de unas horas empezarán los afanes por el viaje y estaremos a nada de la típica rutina que ya teníamos en nuestras vidas. Me gusta cuando estoy solo contigo, así, sin importar nada, solo los dos casi que nublando nuestras mentes para hacernos perder la noción de todo.

Sus ojos se cristalizaron y las lágrimas amenazaron con salir e inundar sus mejillas— Vincent...

No quería darle a entender que después del viaje todo acabaría. No quería que pensara que lo que había pasado no me había importado, porque de hecho era todo lo contrario me importó y mucho.

La DornanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora