Capítulo 25.

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CHARLIE DORNAN.

West Midlands, Inglaterra.

Nací en el año que inició la gran guerra, 1914. Guerra donde las familias perdieron a varios de sus miembros. En aquellos años mi padre y el padre mi mejor amigo decidieron aprovechar e ir construyendo sus propios negocios. Al principio se fueron por el negocio de la ginebra, que a decir verdad les dio mucho dinero pues lograron distribución fuera del país y se extendieron de muy buena forma.

A mis veintidós años logré un gran grupo de colegas. Nos llamaban "una banda callejera criminal" así que yo preferí llamarnos "Hermandad" porque eso éramos, éramos una fortaleza que se sostenía, hacíamos lo que tuviéramos que hacer por ir aumentado el dinero pues el día en el que conocimos a Farrell supimos que podíamos expandirnos a los negocios de las apuestas e inversiones.

Los años pasaron y entre más poderosos éramos, más enemigos teníamos. Caffrey y yo habíamos hecho alianzas con los italianos, desconociendo que el codicioso de Farrell quien tenía otros negociosos había pactado un trato con unos americanos los cuales tenían problemas con nuestros socios.

A una reunión con Farrell me dirigía la noche en la que la conocí. Fumando un cigarro en los años 50s, en aquel oscuro callejón la vi por primera vez. Sus ojos eran igual de oscuros a su trenzado cabello, pero hacían perfecto contraste con su muy clara piel. Venía tan distraía leyendo un periódico y fumando un cigarro que tropezó conmigo. Tan debilucha, siendo más telas de ropa que carne cayó. Era mayor para mí y eso podía notarlo, pero no iba a ser cordial ni siquiera por la edad. La vi levantarse y reí ante la decepción que le causó perder su cigarro sin prestarle atención a la pequeña raspadura de su codo.

Le entregué mi cigarro— Ten más cuidado, mujer.

De reojo la vi fumar mientras se acomodaba el abrigo tratando de aguantar el frío. Cuando quise seguir mi camino su voz me detuvo— Si sigues por ese camino morirás esta misma noche —me dijo, fumando y mirándome.

—¿Eso crees?

—Es lo que pasará.

Decidí ignorar sus palabras y continuar, pero la duda había sido sembrada. ¿Por qué decirme cosas si no me iba a cobrar? Me revisé los bolsillos. No me había robado.

Un quejido a mis espaldas me detuvo y al girarme la vi completamente empapada de agua sucia— ¡Largo! —le gritó una de las rezanderas— ¡Una mujer de mala vida que solo provoca a los hombres! —odiaba a personas como esa, personas que su mayor entrenamiento es buscar o crear defectos en otros para gritárselos, humillarlos y quedar como los perfectos y fieles seguidores de doctrinas.

La mujer con la que había chocado inclinó la cabeza y empezó a caminar. Cuando pasó por mi lado me quité el abrigo y se lo entregué— Ulf —dijo al mirarme.

—Mi nombre es Charlie.

—El mío Sounya. —dijo, acomodándose el abrigo— Charlie, tienes ojos de lobo.

—No sé cómo tomar eso.

—Cómo un cumplido.

—Gracias. —la miré. Se veía enferma, cansada y adolorida— ¿Puedo acompañarla hasta su casa?

—¿No iba a algún lugar?

—No tengo ganas de morir esta noche.

Ella sonrió— Mi casa está algo lejos. A las a fueras de la ciudad en una carpa es donde duermo.

—¿Con el grupo de gente que se anda mudando constantemente?

—Más alejado de ellos. Estoy por mi cuenta desde que tenía catorce años... hace treinta años.

La DornanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora