Capítulo 12.

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Cinco días. Esos fueron los días que pasaron. Todo el tiempo que podíamos lo pasábamos juntos y disfrutándolo como en las primeras semanas, pero pasando más tiempo solos, conociéndonos.

Le pedí a Conan que no me exigiera explicaciones, solo le pedí tiempo. Dejamos a un lado a Caronte y Akos, yo solo quería por esos últimos momentos continuar siendo solo Vincent, el hombre que se encariñaba con quien no debía.

Y aunque quiso que le sacara más información, por más que lo quisiera no podía lograrlo. Hablábamos, pero temas de común, diversos, fuimos desde la política hasta la gastronomía, deteniéndonos incluso a hablar de antiguos autos. Ella simplemente evadía cualquiera conversación que implicará abrirse y hablar de su pasado, yo la dejé saltar aquellas conversaciones con facilidad sabiendo que ella podía dar un giro y poner el cañón frente a mí. Si ella hablaba de su pasado también iba a querer que yo le hablara del mío y era algo que no quería.

También noté que otro tema a no conversar era el nosotros, el que éramos, que estábamos siendo, qué estábamos haciendo.

Pasamos tiempo en la playa, jugando vóleibol, preparábamos el almuerzo, salíamos a cenar y después en cualquier anden nos sentábamos a beber malteadas. También pasábamos tiempo sin compartir actividades, pero estando juntos, ella solía necesitar sus espacios para sólo sentarse a leer, escuchar música o sencillamente quedarse en blanco mientras apoyaba su cabeza sobre mi regazo y yo me entretenía con alguno de los últimos libros o viendo alguna película con un tono de volumen bajo. Nos las ingeniamos para no desperdiciar el tiempo

En esos días las diferencia, peleas o disgustos no se hicieron presentes en casa. En los cinco días mi celular recibió tres llamas las cuales no atendí, no me iba a amargar los últimos días y menos dejar de disfrutar los halagos que Giselle hacía por ver como Rocío se ponía tan feliz. La rubia tenía razón, después de varios meses finalmente veía a Rocío con una expresión de felicidad sincera y no llena de expresiones inescrutables o serias. Su estado de humor también influenciaba sobre el mío.

Ella cada vez me hacía sentir como Vincent, el hombre que tenía derecho a sentir y no Akos el que debía importarle una mierda lo que le pasara a otros.

Solo hasta la quinta noche volvió a proponer que durmiéramos juntos. Aquella noche nos acurrucamos, más cómodos y con confianza. Al sexto día, al despertar ella seguía en el profundo sueño. Nuestros rostros estaban muy cerca, yo apoyaba mi mano sobre su cadera. Me fue inevitable no observarla con detenimiento, aquel rostro quería tallarlo en todos los rincones de mi ser y no olvidarlo nunca.

Había sido un completo idiota por pensar que no me iba a costar soltar aquel bonito ser. Esos rojizos rizos, la piel blanca, las claras pecas color café, los labios rojos y el embriagador olor corporal que desprendía me tenían más que capturado. Si no hubiese sido tan inmaduro y orgulloso de empezar todo por enamorar a quien me atraía no hubiese terminado embelesado hasta por el leve silbido que producía al estar tan profunda.

Mi error iba a tener sus consecuencias, pero en ese momento no importó. Solo sintiéndome cálido y reconfortado por el sencillo hecho de tenerla durmiendo con tranquilidad a mi lado. Se sentía como estar en casa, en mi verdadera casa y no en el infierno en el que mi padre me había obligado a vivir.

Salí de la laguna de pensamientos cuando la vi moverse y estirarse. Se quejó, murmuró unas cuantas palabras, volvió a quedarse quieta y suspiró.

—No es tiempo perdido si estamos juntos. —dijo, recortando la distancia— Aún tengo sueño.

Reí— Esta bien, Ro. Continúa durmiendo.

Apoyé mi mano en su mejilla y la acaricié. Le bese el cabello antes de apartarme.

La DornanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora