Capítulo 8.

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Al ver que los días pasaban y ninguna de las chicas se comunicaba con Jack, decidimos darnos un tiempo. No teníamos afán y Kira no quería que las cosas salieran mal. La idea de presionarlas u obligarla a revelar una ubicación nunca fue una opción, mucho menos el tomarlas como rehén para que Jack saliera de su escondite.

Ya iba a ser demasiado raro que nos quedáramos en casa por tanto tiempo sin hacer más que solo pasar tiempo con las chicas. Decidimos regresar a Bruselas por tres meses con la excusa de que teníamos unos cuantos pendientes con el negocio familiar. Conan seguía manteniendo contacto con Giselle, ella le contaba cada suceso de su vida y así nos manteníamos al pendiente de sí pronto se reunirían con Jack o no. Ella y Rocío tuvieron un par de días en los que salieron e hicieron varias fotos, pero Jack no estuvo presente.

Al regresar a La Hermandad volví a afianzar lo que más me gustaba hacer. Volví al trabajo de siempre, haciéndolo cada vez mejor y convenciéndome de que nadie me haría dejarlo.

Cuando tenía tiempo libre con Conan hablábamos de las cosas que nos habíamos enterado estado con las chicas. A decir verdad, lo que yo había hablado con Rocío no me parecía tan relevante como para mencionarlo y algunas de las conversaciones que él tenía con Giselle no eran de mucha ayuda pues a veces parecía que la rubia en realidad no sabía mucho de todo lo que pasó antes de conocer a su amiga o de las cosas que sucedían cuando se alejaban por un tiempo. 

Giselle y Rocío se habían conocido en un viaje. La rubia se había ido con un grupo de amigos para tener unos alocados días mientras que Rocío y dos amigos más pasaban la temporada de vacaciones. Aquel día guardaron sus contactos. Después de un tiempo la pelirroja se comunicó con la rubia, preguntándole si aun quería empezar a vivir de forma independiente y conseguir trabajo a tiempo parcial para costear algún antojo de viajes o si quería aventurarse por el mundo como mochilera. Giselle le dijo que si y fue allí cuando se reunieron. Rocío ya no estaba con su amigo, pero Liam si la acompañó e instaló en una casa, costeándole a las dos las primeras semanas hasta que las dos sintieron que podían empezar a valerse por cuenta propia.


El segundo aterrizaje en California me hizo muy feliz. Después de poder salir del avión tuve que aguantarme las ganas de no saltarme todos los controles. Extrañaba al monstruito. Seguramente debí haber tenido una estúpida sonrisa en el rostro mientras recorríamos el camino hasta el estacionamiento pues Conan no paraba de mirarme y menear la cabeza en señal de negación. En los tres meses le había asegurado que Rocío no iba a llegar a domarme o hacerme cambiar, pero claro está, eran solo vagas palabras y suposiciones mías.

Conan le había dejado el jeep a Giselle por lo que sabía que ella estaría esperando por nosotros y esperaba Rocío también. La rubia estaba apoyada contra el jeep, revisando su celular. Conan la abrazó mientras le decía lo feliz que estaba de volver a verla y esperaba pudiera tener más vacaciones.

Con la mirada busqué a la pelirroja, pero no di con ella— ¿Y Rocío?

Giselle me sonrió— Hola, Vincent. ¿Cómo estuvo el viaje?

—Hola, Giselle. Estuvo bien. ¿Y Rocío? —volví a preguntar.

Ella soltó una leve risa. Sí, estaba impaciente por volverla a ver y ella lo sabía muy bien— Está en casa.

Yo había pasado largas horas en un avión y soportar una escala para verla, pero ella no pudo subirse a un jeep por unos cuantos minutos— Oh —mi desilusión fue notoria.

Subí la maleta y me tumbé en los asientos traseros. Conan fue quien condujo a casa y seguramente estaba que se meaba porque condujo como si tuviera ganas de romper todas las leyes de tránsito.

La DornanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora