.3. I .

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Narrado por Amalia García

Terminé de barrer el aula de los niños que pertenecía al colegio del convento y suspirando Salí de aquel lugar. Abrí mis ojos con sorpresa cuando la madre superiora se acercó a mí.

- Madre

- Lía – sonrió, pero note algo extraño en su mirada - ¿Cómo te encuentras?

- Muy bien – sonreí, aunque extrañaba a Bruno

- ¿podemos hablar unos minutos?

- Claro, solo dejo esto y la busco en el jardín

Ella solo asintió y rápidamente lleve la escoba a la habitación del lavado de aquel lugar. Suspire y camine rápidamente hacia el pequeño jardín. La madre superiora se encontraba sentada en una de las banquetas de aquel armonioso lugar.

- Madre – tome asiento a su lado con una leve sonrisa

- ¿extrañas a Bruno?

- Si – susurre observando el cielo – como también extraño a muchas personas, ¿usted cree que los que se mueren nos dejan del todo?

Ella rio levemente

- Lía, la gente que se muere siempre está presente – acaricio mi mejilla, pero luego suspiro – Lía, debo decirte algo

Voltee a verla con gran intriga, se encontraba muy extraña desde que nos vimos en el corredor.

- Sabes que ahora que Bruno está en sus planes de adopción, ¿ya nuestro trabajo esta echo? – fruncí el ceño sin entender del todo lo que decía – hablé con el padre y viendo y considerando que no eres monja, ni devota – susurro bajando su mirada a sus manos - el piensa que es mejor que comiences a hacer tu propia vida

Tragué saliva y sentí mi corazón palpitar rápidamente.

- ¿Qué quiere decir con eso?

- Que no podremos seguir teniéndote aquí – me observo con gran tristeza

- Pero

- Ay mi niña – note que sus ojos comenzaron a ponerse rojos – intente hacer todo lo que estaba a mi alcance para que te quedaras con nosotras pero

- Pero madre, ¿A dónde iré? No tengo a nadie más que a ustedes – hable con desespero – por favor, solo

- Lía, lo intente – suspiro

Mis lágrimas comenzaron a caer. Bruno tenía una familia y estaba feliz por eso, pero yo, estaba sola. Asentí y sequé mis lágrimas intentando recomponerme rápidamente.

- Ay pequeña – me abrazo por los hombros y beso mi coronilla – lo lamento de verdad, quisiera que te quedaras aquí y nos alegres con tu sonrisa como lo hiciste todo este tiempo, pero no puedo ir en contra de lo que establecieron

- Está bien, no se preocupe – intente sonreír – ustedes ya hicieron mucho dejándonos quedar aquí todo este tiempo – suspire – creo que debo ir a ordenar mis cosas ¿no cree?

Ella me observo con pena y acaricio mi mejilla con ternura. Viví en este convento desde que a mis padres los asesinaron. Desde los quince años que esta era mi única familia, pero ahora ni siquiera podía sentirme en casa.

Camine hacia mi habitación y entrando en ella me acurruque en el suelo a llorar de la gran tristeza que sentía por dentro, del miedo interno y la soledad que me consumía lentamente desde que mi vida se acabó.

¿Que sabrá Neruda? - Juan Pablo VillamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora