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Me dirigía en zancadas hacia la preparatoria, tomando con fuerza entre mis manos la botella de jugo que no me había sido posible beber minutos antes. Estaba llegando atrasada y deseaba desde lo más profundo que no me llevara algún tipo de sermón al entrar a clases. Además, me encontraba en un estado irritable que ni siquiera sabía por qué había empezado, pero utilicé la excusa contra mi madre acerca de que la temperatura gélida que envolvía la ciudad estaba molestándome. También una idea atravesó mi mente para poner en pretexto mi mal humor en un contraataque hacia mi madre por haber puesto a lavar todos mis abrigos y me había tocado elegir el que menos me gustaba de ellos.

La picazón del abrigo azulado me tenía hostigada debido a aquel cosquilleo que me recorría el cuerpo, y las gotas de lluvia que se colaban a mi cabeza sin permiso me tenían en una actitud más que ardua. Por lo menos había logrado atrapar mi botella del jugo agridulce que me otorgaba desazón en el trayecto. Definitivamente, mamá perdió sus cualidades de cocina, pero ni siquiera podía comentárselo porque me imaginaba su cara arrugada en desagrado y se me quitaban las ganas de ofrecer mi juicio.

Asimismo, la verdadera e inigualable razón por la que tenía aquella conducta disgustosa para las personas que me rodeaban, era porque tenía la amarga impresión de que me estaba contrariando sobre si me había arrepentido de no besar a Louis en su hogar. Y de repente, al pensar en lo que pudo haber sucedido, me llegaba aquel roce de pesadumbre apuñalando a mis pensamientos dulces.

La preparatoria estaba atestada de alumnos por los pasillos, anunciándome que la primera hora con la señora Kennedy había acabado. Demonios. Mamá me regañaría por haberme saltado una hora de clase, pero si no se enterara por estar aferrándose a su novio menor que ella, me iría bien de lleno. Súbitamente, en el recuerdo de la primera hora consumida, reaccioné en la prueba de Louis. No me había hallado a su lado para hacerle memoria sobre los temas que le ocuparían.

Con las manos temblorosas, me alcé de puntillas para removerme por sobre los estudiantes que no me despejaban el pasillo para poder desplazarme. Busqué a Louis encima de los hombros gruesos de los estudiantes y las mochilas que colgaban detrás de las espaldas, me brindaban un mero reconocimiento de golpes por las costillas.

Crucé mis brazos por encima de mi pecho, volviendo mi cuerpo a la misma estatura sin algunos centímetros de más. Hice todo lo que estuvo a mi alcance para forcejear con los colegiales de que detuvieran sus bruscas circulaciones y me permitan a seguir. Era detestable cuando todo se formaba de esa manera, pero ahora resultaba demasiado exagerado. Jamás había observado a los pasillos atestados de tal circunstancia.

— ¡Pelea! —la exclamación de un joven pendiendo de su mochila por la parte posterior, se inclinó y dio un gran brinco para comunicarles a los alumnos con vehemencia sobre aquella pelea que se escuchaba violenta.

Entonces, cuando me yuxtapuse con los otros estudiantes en el círculo que la pelea de los dos jóvenes había creado, ahogué un gemido por divisar a Louis entre uno de ellos. No estaba sorprendida, pero sí pasmada. Louis engendraba fuertes golpes en la mandíbula del rubio, dejándolo absorto en la confusión y el dolor. No podía llamar a una profesora o al mismo director por el hecho de que Louis estaba metido en la situación y aquello le traería problemas.

Sentí un toque en el hombro y me volteé a la defensiva, logrando que varios mechones de cabello regresaran  a mi rostro y me impidieran la vista completa. Expulsé el aire contenido al darme cuenta de que Gary era el que me estaba tocando el codo para tirarme hacia su cuerpo.

—Trataré de sacar a Louis de allí—informó—. Tú trae al director.

Asentí y balbuceé algunas palabras inaudibles hasta para mi percepción. Pero troté con dificultad hasta llegar a la oficina. La secretaria izó la vista sobre mí, penetrándome con aquellos ojos verdosos mientras sus dedos se desplazaban por las teclas del computador que se posaba frente a ella.

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