//teatro//

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—Puede cambiar de puesto, señorita Benson—sugirió el profesor.

Mi mano se quedó helada sobre la manija, ya todos se habían ido y estar sola con mi profesor mientras me hablaba algo desconocido para mí,me resultaba algo extraño.

—Yo...—balbuceé—, no comprendo.

Él se levantó dejando el marcador encima de la mesa, causando un sonido seco.

—Me refiero al señor Tomlinson, parece que se ve molesta con él—explicó.

—Oh—reí, nerviosa—, él no me molesta.

—No lo parece—sacudió la cabeza y alzó la mirada para que mis ojos se encuentren con los suyos—. Mire, señorita Benson. La preparatoria North Hamilton quiere mucho para ustedes, los alumnos. Realmente, le pido que hable con alguien se el señor Tomlinson quiere hacerle algo.

Ahogué un gemido y pasé los dedos por mi cabello. Jamás había compartido palabras con el señor Grant, se le veía serio y me causaba escalofríos.

—Claro, pero nosotros som...

—¡Lydia! ¡Te estaba buscando!—Louis apareció a mí lado de un brinco—. ¡Oh! ¡Hola, profesor Grant!

—Buenos días, señor Tomlinson; Justamente estabamos hablando sobre usted.

Louis pareció sorprenderse pero luego el ego le hizo sonreír.

—¿Ah, sí? ¿Y sobre qué fue? Digo, si se puede saber—el tono de la voz de Louis enseguida tomó confianza.

El profesor Grant se dispuso a hablar acomodando delicadamente sus libros devuelta a su maletín de cuero. Al parecer notó mi incómododad y se recriminó a decir algo vergonzoso.

—Nada interesante, señor Tomlinson—contestó nuestro profesor manteniendo ese tono de voz seco e indiferente.

—Pero si se trata de mí, todo me resulta interesante—insisitó Louis.

—¡Ya nos vamos! Gracias, profesor Grant—exclamé antes de que Louis o él pudieran decir algo.

Llevé a Louis conmigo y empezamos a caminar por los pasillos de la preparatoria. Me sentía extraña, jamás se me habría ocurrido que iba a tener una charla justamente de ese tema con el profesor Grant.

—Así que..., hablaban de mí. ¿Qué le estabas pidiendo? ¿Consejos para resistirse a un encanto?—se halagó a si mismo dándome un codazo suave en las costillas.

Entrecerré los ojos, apretando los puños. Quería golpearlo. Su ego alto me causaba náuseas.

—En realidad...—hablé dispuesta a bajarle el orgullo—, hablamos sobre cómo me molestas en clases.

—No sabes mentir—se rió.

—¡Por el amor de Dios! ¡Deja de ser tan egócentrico!—le pedí, frustrada.

—Bien, bien—masculló haciéndome carcajear—. ¿Puedo decirte algo, Lydia?

Fruncí los labios y giré mi cabeza al lado izquierdo por sobre el hombro para verlo mejor.

—Odio a mi familia—soltó.

—¿Es otra de tus bromas?—demandé mirando al frente otra vez.

—No, creo que los amigos de mis padres están celosos de la familia Tomlinson. Digo, son millonarios, probablemente sus hijos consigan becas y en un futuro sean grandes jugadores de fútbol ámericano con una paga de pelos—exageró—, pero detrás de esa faceta de familia buena y elegante que todos ven, es...

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