//idiota//

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—¡Jaque mate! —Thomas gritó.

Y no, Thomas no le había ganado, él creía que lo hacía pero lo dejamos así porque era un chico sentimental.

La profesora sonrió con los labios fruncidos, entendiendo a Thom.

—¡Muy bien, Gerrick! —todos aplaudieron.

Nuevamente, la profesora se situó para hablarnos. Nos miró detenidamente para luego soltar una risa.

—Quiero que todos aprendan para la final del juego, ¿bien? Es muy importante, chicos—nos informó y señaló un estante lleno tan sólo con dos trofeos—, esos son los únicos que hemos ganado en años y no quiero parecer egocéntrica pero yo sé que podemos ganarles, yo sé que podemos hacerlo. Somos buenos juntos y yo no concursaré pero les he enseñado lo suficientemente bien como para que ganen.

Asentimos con la cabeza mientras algunos murmuraban algo sobre que tenían que ser más inteligentes.

—Hay algo que quiero decirles…—ella sorbió su nariz y todos fruncimos el ceño juntos—, si no ganamos está final, ya no habrá grupo de ajedrez.

Me levanté con el ceño aún fruncido.

—¿Quién dijo eso? —demandé, enfadada.

Las semanas que he pasado aquí practicando han sido las mejores y no es como si ya les ganaría a todos ellos pero por lo menos, había aprendido.

—El director—talló sus ojos.

—Eso… es injusto—Dipper se levantó conmigo.

—Lo sé, pero no podemos hacer nada—sonrió tristemente.

—Ganaremos—solté.

La profesora Bailey gritó de alegría y me abrazó fuertemente.

—¡Ven, chicos! ¡Esa es la esperanza!

Me pareció un poco raro pero luego ver a todos practicando y jugando con ferocidad, divirtiéndose para que no cierren el grupo que les gusta y el arte que ellos juegan me emocionó a mí también.

Debíamos ganar y aunque todavía faltasen varios meses, yo los sentía venir rápido.

(***)

El sonido de la batería era ruidoso, gruñí pero luego me dejé llevar. No iba a reclamarle al vecino que dejase de tocar la jodida batería sólo por mí. Además tenía como unos veinte años y era muy callado. Me aterrorizaba un poco ante sus chaquetas de cuero negras y sus zapatos con calaveras pero como tocaba sonaba bonito.

Me quedé escuchando la música por unos instantes con la oreja pegada en su puerta y cuando el sonido paró, enarqué una ceja. Luego, la puerta me empujó haciéndome caer fuertemente al piso.

Jesús.

Tosí con dificultad para ver a mi vecino confundido.

—Oh, uh, hola—dije, inocente.

Lo único que me decía mi mente era “corre, corre” pero luego pensé en que me vería sumamente tonta.

—¿Lydia, cierto? —curioseó, tenía una profunda voz ronca.

Antes que empezará a decir algo, un auto me paró haciéndome sobresaltar.

—¡Aquí estoy, Harriet! —gritó Louis.

Pestañeé varias veces para ver si el Louis que yo conocía estaba frente a mí.

—¡No soy Harriet, maldito imbécil! —rugió mi vecino a Louis.

popular || l.tDonde viven las historias. Descúbrelo ahora