//evitar//

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Cuando Gary se detuvo frente a mí en la cocina de la casa, con un rostro serio pero enredado en lo sereno, me lanzó una mirada fulminante. Lo primero que se me cruzó por la mente fue el hecho de que no había cumplido con mi tarea de hablarle a la muchacha-cómics de él; pero no fue de aquella forma.

—Sé que has besado a Louis—me anunció.

Reprimí mis gestos suaves. Supe que era demasiado extraño que él tuviera aquel conocimiento.

—No fue un beso. —Yo había finalizado, mordisqueando mis labios con precisión.

—Claro que lo fue, pequeña perra.

Puse los ojos en blanco. Él no iba a resultar genial llamando pequeña perra a su hermana menor.

—Debería gritar frente a tus nuevos amigos…—Y fui consciente.

Ahora, Dipper atravesó con su tenedor la extraña carne que sirvieron en la cafetería.

Negó con la cabeza reiteradas veces.

—No. No me arriesgaré.

—Creo que Louis se está juntando con Gary—le solté enseguida.

Dipper dejó caer el tenedor.

—Aquellas chicas de la librería soñando con una noche erótica junto a él ya me lo hubieran informado—él me señaló.

— ¿Me estás tomando el pelo? Escucha. Ayer Gary supo que yo me había…—Pausé y sonreí incómodamente.

La mirada de él se encontró con la mía furtivamente.

— ¿Tú…?

—Que a nosotros nos tocó ir a la librería—le mentí.

Demonios. Quería contárselo, pero necesitaba estar lista. Dipper pensaría que Louis y yo habíamos iniciado una relación romántica y que, probablemente, ya nos estuviéramos encontrando planeando una boda llena de champán. A veces, Dipper era capaz de decirme cualquier oración disgustosa para ponerme los pelos de la nuca de punta.

— ¿Es tan importante, Lydia? Estoy tratando de descubrir si la señora Strafford nos está envenenando. —Me espetó, volviendo a tomar el tenedor entre sus delgados dedos y enterrándolo en la anómala carne fresca.

—Espero que te vaya bien—me enfadé.

Echó la cabeza hacia atrás con exasperación.

—De acuerdo—gruñó—. Tendrás que comprarme un helado después de que me lo cuentes todo.

Agarré las cuerdas de mi mochila.

—Necesito un consejo.

—Pregúntaselo. —Él me sugirió directamente.

— ¡No! —exclamé, frustrada.

Permaneció con quietud unos minutos y se deshizo del tenedor de una vez por todas, abandonándolo junto a los demás cubiertos en la mesa. Por instinto, me volteé hacia las mesas posteriores y vigilé que alguien no se ubicara fisgoneando o estuviera lo suficientemente cerca para conseguir escuchar la íntima conversación que presentía que Gary y yo íbamos a tener.

— ¿Qué te has planteado? —cuestionó, apoyando las manos en la parte baja del asiento.

Giré la cabeza.

—Espiarlos.

—Espero que te vaya excelente, chica—me deseó.

Presioné los labios.

—No te comportes como mi madre.

—No lo hago.

—Lo estás haciendo ahora. —lo contradije.

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