Capítulo 14: Necesito tiempo.

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Hay Ethan... Esas extrañas amistades que haces. Ten cuidado chiquitín.








Narra Ethan.

Me rechazó.

Me dijo que no.

Ella no siente lo mismo que yo.

Ella no sabe lo que siento yo.

Y sí, dolió mucho su rechazo, parecía que un balde de agua helada me calló en la cabeza haciéndome reaccionar y diciéndome: No se puede conseguir todo lo que quieres.

Una opresión en mí pecho (más bien en mí corazón) se sintió cuando me alejó de ella. Cuando me separó y el contacto que teníamos se desvaneció.

Duele.

Yo la amo.

De eso no hay duda alguna.

Ella es todo en mí vida, no puedo dejar de pensarla ni un solo día.

Obviamente también porque estamos juntos en la misma casa, habitación, escuela y grado.

Y aún así es una tortura.

Una tortura porque al estar en la misma habitación no puedo besarla ni hacerle el amor, tortura porque cuando estamos en la escuela muero por tomar su mano en público y decirle a todo el mundo que es mía y solo mía, tortura por querer decirle todos los días "te amo" al oído, tortura por todo.

Todo sería sencillo si:

1: Ella me demostrara sentir algo más que amistad por mí.

2: Ryan se alejara de ella y se vaya a cualquier otra parte sin dejar rastro.

Si se cumple el punto número 2 tengo más posibilidades del punto número 1.

Lo cuál, honestamente, dudo.

Dos lágrimas mojan mí cara cuando cierro la puerta de su habitación y me apoyo en ella cerrado los ojos y aprieto mis manos a los costados.

Flashback.

Hace 2 horas.

Quiero entrar al bar donde tenía que estar hace cinco minutos, pero hay dos hombres grandes y musculosos que me piden identificación en la entrada de éste.

"Mierda", la olvidé en casa. Aunque sea falsa aparentando tener 18 años, solo tengo 17.

Antes de que pudiera decir algo, mí amigo sale, los mira frunciendo el entrecejo molesto y dice:

—Viene conmigo— su voz y su mirada son tan frías, que sin quejarse los dos hombres me dejan entrar.

Aunque él es más joven.

Entramos al bar, y el olor a un montón de bebidas alcohólicas y marihuana inunda mis fosas nasales, haciendo que la arrugue.

Hay mucha gente, pero no tanto.

La mayoría está bebiendo y los demás están hablando o drogándose.

Y eso que son las 4 de la tarde.

Cuando nos sentamos en unas sillas alejados de los demás, su sonrisa me contagia.

Fue un tiempo sin verlo.

»Ay amigo mío, te he echado mucho de menos, ¿cuánto fué?— pregunta y una chica trae dos cervezas. Se va y lo miro.

—Casí un año— él asiente y continúo —¿Dónde estuviste?

El Miedo De Ámbar #1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora