Capítulo 13.

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Horas más tarde, el pelinegro caminaba sin un rumbo fijo, lágrimas rodaban por sus mejillas sin parar. Lloraba, sin importar si alguien lo veía por esto. Había discutido con su pareja y le dolía bastante. Eran las mismas discusiones de siempre, porque según su pareja, Samuel era un celoso compulsivo. El pelinegro tenía leves sospechas, pues Nicolas había empezado a distanciarse un poco alegando que la universidad consumía su tiempo, nunca lo invitaba a su casa por que según él sus tíos se molestarían, cuando salían se la pasaban discutiendo por lo más mínimo y Samuel siempre recibiendo la culpa por las discusiones, ni hablar de las veces que se veían en casa del pelinegro.

Esta vez no era una excepción.

Samuel tan solo tomó el celular de su novio para ver la hora ya que era el que más cerca estaba, y como si hubiese cometido el peor de los pecados, Nicolas lo tomó fuertemente de la muñeca para arrebatarle el celular y así empezar una discusión. "Eres un celoso", "¿Qué estás buscando?", "¿Por qué quieres invadir mi privacidad?", "no vuelvas a tocar mis cosas sin mi permiso ¡¿ENTIENDES?!"; eran las palabras que más fuerte sonaban de esa discusión y que daban vueltas por su cabeza, ¿tan mal novio era?

Eran las 3 de la tarde, en la mañana había conversado con su amigo del tema de Rubén, pero tan solo pensar en él, la culpa carcomía su interior. Así que había decidido almorzar con su pareja en su departamento. Pero todo termino mal, una vez más.

Tenía clases ese mismo día, pero no le importaba. No tenía ánimos de nada, solo caminaba sin fijarse en la dirección. Tampoco quería seguir en su departamento, no quería que su novio volviera a ir allí por alguna cosa el resto del día, había tenido suficiente ya y necesitaba un respiro.

Llegó a un parque, se dirigió a un pequeño lago, en él los patos nadaban y movían sus colas salpicando gotas de agua a su alrededor; se sentó cerca de estos, sus pensamientos se ocuparon con aquella escena, se veían tan tranquilos, tan felices. Sus lágrimas, que habían parado hace ya un rato, volvieron a aparecer. Anhelaba tanto esa paz, que le era imposible no llorar por el dolor que sentía en su interior.

La vida era un asco, pensó.

– ¿Sabías que los patos no se ahogan? No llores por ellos, están bien – estaba tan metido en sus pensamientos, que no notó cuando alguien se sentó a su lado. Quitó su vista del lago para fijarse en su nuevo acompañante.

– Lo se Rubén, no lloro por eso – Respondió el pelinegro con una pequeña sonrisa por tan absurdo comentario.

– ¿entonces? –

– no es nada – respondió algo cortante. No le apetecía hablar de ello. No quería. Se sentía tan frustrado que pequeñas lagrimas rodaban de nuevo.

Rubén suspiró, no insistiría en hacer hablar al pelinegro si este no quería. Pero sentía una punzada en su corazón de solo verlo llorar. Con delicadeza, puso su mano en sobre la mejilla de Samuel y limpió las pequeñas lágrimas que habían escapado. Se quedaron en silencio viéndose a los ojos, con el peliblanco dándole pequeños mimos para que se calmara. Una idea pasó por la mente del último.

– ¿Sabías que hay una pequeña feria cerca de aquí?, solo tiene uno que otro juego y algunas tiendas de regalos, pero parece entretenido, ¿quieres ir? – invitó

Samuel por su parte pensó en no aceptar. La falta de ánimos le ganaba. Pero analizando mejor la situación, podría distraerse un poco de sus pensamientos e incluso podría resultarle divertido, después de todo le agradaba la compañía de Rubén; pero por otra parte estaba su pareja, aunque fuera una simple salida de amigos, le pesaba un poco. Estuvo a punto de rechazar la invitación, sin embargo, su conversación con Borja volvió a su mente de manera fugaz. Talvez si pasaba algo de tiempo con el peliblanco podría aclarar sus dudas por lo que sentía por este en realidad.

Junto a ti, en otra vida | RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora