Capítulo 21.

124 24 1
                                    


Habían pasado ya algunas semanas desde lo acontecido. Rubén había buscado al pelinegro en más de una ocasión sin éxito alguno, pues este último huía excusándose de cualquier cosa solo para apartarse de su lado. Este comportamiento no hacía más que lastimar al peliblanco, a quien le aconsejaban sus amigos que no siguiera insistiendo, pero este simplemente no les prestaba atención. No quería dejar las cosas así como así, simplemente no podía. Sentía que algo no andaba bien y debía buscar respuestas.

Suspiró. Sus pensamientos rondaban en todo menos en la clase que estaba recibiendo. Por lo que se levantó de su asiento, se dirigió al baño para refrescarse un poco el rostro y, con esto, lograr calmarse un poco. Los pasillos se encontraban casi vacíos, la mayoría de personas estaban en clases o en el campus del lugar. Caminaba en dirección al edificio más retirado, uno de tan solo dos plantas en las cuales se encontraba el área administrativa, la enfermería y el área de servicios varios. Los baños que se ubicaban en la parte trasera de dicho edificio no eran comúnmente concurridos, por lo que podría estar allí el tiempo que quisiese mientras lograba relajarse un poco.

Pero al llegar, se sorprendió de ver a una persona parada justo frente al espejo. No por la persona en sí, más bien por el aspecto en que se veía. Se trataba de Samuel, quien lucía un rostro bastante cansado, con ojeras notorias que trataban de ser cubiertas con maquillaje, el cabello algo desarreglado y una mirada que reflejaba bastante tristeza. Parecía tan solo una simple sombra de lo que en realidad era el pelinegro. Este al notar la presencia del peliblanco en aquel lugar, limpió algunas lágrimas que habían escapado minutos antes de sus ojos y trató de huir de allí en silencio y sin mirar a su acompañante. Pero antes de poder retirarse, una fuerte presión empezó a oprimir su pecho y en pocos segundos todo a su alrededor se oscureció.

Rubén tomó entre sus brazos al pelinegro antes de que chocara contra el suelo. Aún más preocupado que antes, cargó al joven con sumo cuidado y se encaminó lo más rápido que pudo a la enfermería, que agradecía estuviera justo en ese edificio.

Después de algunas horas, Samuel abrió lentamente sus parpados tratando de acostumbrarse nuevamente a la luz del día. Cuando recobró completamente la conciencia, se sorprendió de hallarse en una habitación blanca y sobre una camilla. Una ventana en su lado izquierdo le hizo saber que aún se encontraba en el edificio donde recordaba haber estado momentos antes; al ver a su derecha, se encontró con la mirada preocupada de Luzu justo a su lado.

– Sam, ¿Cómo te sientes? ¿Estás bien? – Por su parte, el castaño se encontraba bastante preocupado por su amigo. Cuando recibió la llamada de Guillermo informándole del desmayo del pelinegro, no dudo en recoger sus cosas, las de su amigo, y salir corriendo a la enfermería informándole previamente de la situación al profesor de la clase que estaban viendo.

– ... si, estoy mejor, gracias. Lamento preocuparte Luzu – respondió el pelinegro con la voz más apagada de lo que últimamente acostumbraba.

– Sam... – el castaño tomó aire. Lo que iba a preguntar era algo complicado – esos moretones y morados en tu abdomen, ¿Qué ha pasado? – y con esa pregunta, un nerviosismo invadió al pelinegro quien solo apartó la mirada de su compañero.

– ...eh, n-no es na-nada. Soy muy torpe y me ando golpeando con todo. Son por accidentes, n-nada grave – mintió, y esto el ojiazul lo notó ya que la excusa era demasiado rebuscada.

– no Sam, esos moretones son tan definidos que no parece un simple accidente, parecen con intensión. Sam, soy tu amigo. No creas que no he notado como últimamente estás más distraído que nunca, casi no sonríes, y siempre luces cansado. Puede que trates de ocultar tus ojeras con maquillaje, pero yo las noto. Mira no sé qué problemas tengas, pero ya no puedo seguir ignorando el hecho de que algo grave te pasa. – comentó, en su mirada se podía notar que realmente estaba preocupado. El pelinegro no sabía que responder. Sabía que esa conversación llegaría tarde o temprano, por más que tratara de ocultar todo el daño físico, el daño psicológico simplemente no podía esconderlo, ya no más. Sus ojos se cristalizaron nuevamente.

Junto a ti, en otra vida | RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora