Capítulo 20.

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El cielo estaba completamente despejado y se podía observar las estrellas en todo su esplendor. Era un momento mágico, tranquilo, armonioso. El castaño se sentía completamente feliz con la compañía del pelinegro de ojos amatistas a su lado, su esposo.

Agradecía a la vida el momento en que puso a ese pelinegro en su camino.

Lo amaba, amaba todo de él.

– te amo – confesó el pelinegro con una pequeña sonrisa viendo al castaño a los ojos para, segundos después, acercarse y dejar un cálido y dulce beso sobre sus labios.

– yo también te amo – respondió el de ojos esmeralda con una enorme sonrisa; después volvió a besar los labios de su pareja y así continuaron con ese juego por el resto de la noche.

Porque era un momento único, uno en donde solo existían ellos dos y nadie más.

Una sensación muy cálida invadió su corazón.

Y un chorro de agua helada cayó sobre su cabeza despertando al peliblanco en el proceso. Este pegó un salto y se incorporó en su cama para, seguidamente, ver de muy mala manera a la persona que se había atrevido a invadir su iglú y arrojarle agua en la cara.

– ¡¿PERO QUE MIERDA TE PASA?! ¡¿ESTÁS LOCA?! – gritó el oji esmeralda alterado y furioso a su hermana quien lo miraba con preocupación.

– Lo siento hermano, pero no despertabas y tu alarma estaba suene que suene, y ni moviéndote habrías los ojos. Me estaba preocupando – comentó la peliblanca, pues llevaba algunos minutos tratando de despertar a su hermano de su pesado sueño.

– ¿Pero agua helada? ¿enserio? ¿No pudiste buscar otra cosa? Puto susto el que me diste – se quejaba mientras volvía a arroparse bajo las sabanas.

– hermano, que son las 7:50 y yo que sepa tienes clase a las 8:00 –

Y dicho esto, Rubén se levantó de su cama de un brinco y empezó a alistarse lo más rápido que pudo. Se baño, se vistió con lo primero que vio en su closet, tomó unas tostadas y salió corriendo de su hogar para tratar al menos de no llegar tan tarde.

A las 8:30 de la mañana, el peliblanco se encontraba corriendo con suma velocidad por todos los pasillos buscando su salón, cuando al fin lo encontró, la puerta de este estaba cerrada, y por más que golpeó, nadie le abrió. Cansado de esperar se resignó a que ya había perdido esa clase y decidió mejor dar una vuelta por el campus. Estaba muy pensativo. El sueño, del que había sido cruelmente despertado, aún seguía en su mente y no podía pensar en otra cosa más que en eso. ¿Por qué seguía teniendo esos sueños?, creía que su mente ya había dejado de fantasear con esa historia contada a medias, pero al parecer no era así. ¿Qué interpretación se supone debía darle a lo que había soñado? ¿acaso que se encontraba perdidamente enamorado del pelinegro parecido al de su sueño?

Aunque lo estuviese, este ya lo había alejado sin razón alguna. Y ese dolor aún seguía presente. Pues Rubén tenía muy claro sus sentimientos por el pelinegro, y aunque fueses solo una amistad, con eso le hubiese bastado para asegurarse de que Samuel estuviese bien y fuera feliz. Porque lo quería, lo quería tanto que lo único que deseaba para él es que fuese feliz. Pero ahora ya ni de eso podría estar seguro.

Caminaba pateando una pequeña piedra. Se sentía frustrado, sin saber qué hacer.

No podía despejar su mente, por lo que optó por irse a su hogar y faltar a la siguiente clase también. Tal vez así podría relajarse un poco y el siguiente día ya estaría un poco mejor.

Junto a ti, en otra vida | RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora