『↺Capitulo 25』

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No había logrado cerrar los ojos desde hacía ya, dos días. Exactamente después de que Jungkook no llegara aquella noche, aquella noche donde Jimin le buscó por todas las calles conocidas, todos los lugares donde solamente Jungkook y él conocían.

París era grande, y exactamente donde ellos vivían era un lugar muy poblado. Ni siquiera podía recordar con fija exactitud cuánto había llorado desde su pérdida. Gritando incluso por las solitarias calles su nombre, poco importándole que la gente le viera.

Inclusive se había acercado a la policía, tratando de hablar en Francés y que dieran búsqueda a Jungkook, pero ellos decían que debían esperar cuarenta y ocho horas para comenzar en la búsqueda. Y ya había pasado los dos días. Pero pensándolo bien, no era bueno incluir la desaparición de Jungkook a la policía.

Teniendo al jodido del señor Jeon podía aliarse si el hombre ya sabía dónde se encontraban. Jimin lo sabía... sabía perfectamente que todo este asunto era a base de dos opciones: el supuesto aliado peligroso con el que se había involucrado el padre de Jungkook, o simplemente el mismísimo Hong Jeon, y si ese era el caso se encargaría de encontrarlo y despedazarlo poco a poco.

Su corazón dolía, su estomago rugía en hambre pero poco le daba importancia. Nunca antes había sentido un vacío tan eterno en su pecho, nunca antes se había sentido con un miedo altamente sobrenatural, un miedo donde incluso y aseguraba, que entraría en locura. A pesar de estar a uno paso de la muerte por la pérdida de Jungkook, debía ser fuerte y sobre todo, estar alerta para lo próximo que se daría.

Ahora, justamente aquella segunda noche sin Jungkook, había salido al puesto donde iba ir a comprar las hamburguesas el pelidorado, que tras preguntar por él, el hombre quitó todas sus dudas en un dos por tres.

Le había dicho que recordaba al pelidorado sentado en la banca, y un hombre a su lado se había sentado con él. Cuando el joven estuvo a punto de darle su orden, el chico ya no estaba. Ni el hombre.

Jimin colocó ambas manos en puño, su ira y coraje naciendo de manera altamente impresionante y temeroso. Su sangre hervía atal grado de quemarle, sus venas se resaltaban por la fuerza que daba al apretar sus manos. Estaba seguro que no era el Señor Jeon quien se lo había llevado, sino el jodido hijo de puta del hombre.

Nuevamente las lágrimas llegaron y se sentó en la butaca de aquel parque. Aquella butaca donde Jungkook seguramente se había sentado a esperar la orden, aquel lugar donde su bebé había desaparecido. La culpa le carcomía rudamente. Si tan sólo le hubiese acompañado, nada habría pasado.

Sorbió su nariz y limpió sus mejillas, lamiendo después sus labios y sintiendo lo salado de sus lágrimas, las cuales habían resbalado ya por sus mejillas. Su pelo negro ligeramente largo se pegó a su piel, producto del sudor que se había dado en todo el día por buscarle. Y es que tan sólo imaginarse una vida sin Jungkook.

Negó con la cabeza rápidamente, dejando caer sus codos a los muslos para después cubrir su rostro con las manos, diciéndose, exclamándose una y otra vez que Jungkook estaba vivo. Que Jungkook estaba bien, que debía estarlo porque, si alguien se le ocurría siquiera jalarle un mechón rubio, le haría pagar de la manera más lenta y dolorosa posible.

Elevó el rostro, limpiando por última vez su rostro para levantarse de la butaca, listo y decidido a ir a la tienda negra para comprar un par de cosas y dar un trago con Hwasa para seguir buscando a Jungkook.

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—Hey... — Lisa picó la mejilla del pelinegro, quien aún ido y sin palabras miraba el iluminado patio por la luz de la luna —. SeokJin, ¿me oyes? ¡hey! — picó con más fuerza de su mejilla, no recibiendo respuesta del mismo hasta que por fin se hartó, frunciendo el ceño y estampar la palma de su mano contra la mejilla del mayor — ¡SeokJin, con un carajo!

EL SICARIO² •〖JIKOOK〗Donde viven las historias. Descúbrelo ahora