14. Diente | Bardo

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El cielo se hallaba nublado, cuando un profundo pensamiento inundó la mente de Bardo al masticar unos trocitos de zanahoria durante el almuerzo. Pensó en su esposa, como si no pensara en ella diariamente lo suficiente. Extrañó los momentos que habían pasado juntos, haciendo el almuerzo u otra cualquier cosa; y el tiempo pasado con sus hijos.

Tanto Bain como Sigrid, y el mismo Bardo, tenían recuerdos mezclados sobre la mujer que una vez fue la madre de los niños. Las comidas ya no eran lo mismo; nada era lo mismo. Tilda, la más pequeña, era la única que no gozaba de agradables recuerdos con su madre, pero también era la única que no lloraba con aquellos amargos.

La mente de Tilda estaba centrada en la comida. Masticando verduras, específicamente brócoli, sintió algo desprenderse de su encía, y cuando quiso morderlo no pudo partirlo. La cara de la pequeña cambió a una de susto, y enseguida fue notado por su padre.

"Tilda, ¿estás bien? ¿Qué pasa?" Habló Bardo preocupado al ver las cejas fruncidas de su hija mejor, quien acababa de introducir un dedo en su boca para retirar aquello que la molestaba. Bain y Sigrid entonces notaron la situación.

"Cleo qlue..." Trató de hablar Tilda, mas su dedo seguía dentro de su cavidad bucal buscando algo.

No fue hasta que levantó su lengua que logró alcanzar lo que tanto la molestaba. Una vez lo tuvo entre sus dedos, lo observó detenidamente. Era blanco como la nieve, duro como una perla, y tenía pequeñas manchas rojas de sangre que fácilmente podían confundirse con salsa de tomate.

Era el primer diente que se le caía. La pequeña rio y miró a su padre. Sigrid y Bain esbozaron una ligera sonrisa, mientras que Bardo exhaló aliviado.

"Papá, ¿crees que me traigan una moneda de oro por mi diente?"

"Si duermes temprano y te portas bien, sí lo creo." Bardo sonrió a su hija.

Tilda, también sonriendo, colocó el minúsculo incisivo debajo de su almohada, y a pesar de las variadas leyendas sobre la criatura encargada de llevarse los dientes, a Tilda le gustaba pensar que se trataría de una hada.

La noche es rápida, como puede serlo el vuelo de una pequeña hada, y en la mañana Tilda despertó con aquel pendiente. Levantando su almohada, notó aquella moneda dorada que resplandecía en el blanco opaco.

De la felicidad, corrió bajando las escaleras para encontrarse con su padre acomodando redes para pescar. Tilda exclamó que desearía tener más monedas de oro para llevarlos de viaje a la tierra de los Elfos, donde todo era bello y nunca perecía. Bardo observó aquella genuina sonrisa en su hija, y no pudo evitar pensar en su esposa y en todos esos sueños que tenían de algún día visitar aquellas tierras. A pesar de saber que era imposible, soñar era suficiente para ellos.

La extrañaba mucho, pero estaba agradecido con el mejor regalo que ella le dio: sus hijos.

La extrañaba mucho, pero estaba agradecido con el mejor regalo que ella le dio: sus hijos

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notas:
1. la imagen pertenece a quien corresponda.

Fictober 2020 | Edición TolkienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora