Capítulo 26

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Al principio, Paul había querido conseguir un permiso para usar el mismo parque donde habían hecho su broma nueve días atrás. Pero los permisos resultaron más complicados de obtener de lo que había pensado, así que tuvieron que usar un local alternativo: El Restaurante Woodbine, que resultaba ser el mismo lugar donde Raff había estado comiendo cuando grabó la broma por TV.

Mientras Paul observaba a los derechistas fanáticos de la radio y a los tecno-conservadores de Silicon Valley pulular por las dos barras libres y masticar sushi y tartas de cangrejo pilladas de las bandejas que portaban merodeantes miembros de la Tripulación, notó que esta era una mejor, mucho mejor elección. Por un lado no tenían que preocuparse de un almacén ni de ningún equipo caro cuando llegase la hora de darse a la fuga. Por otro, afuera estaba lloviendo.

La recaudación de fondos inaugural de Ciudadanos Preocupados Por una América Moral mostraba todo los signos de ser un evento exitoso. Ya había casi ciento veinte personas aquí, y más llegando a través de las puertas en todo momento. Habían alquilado el restaurante entero por una noche y pagado por la comida y la barra. El Woodbine era el típico gigantesco comedor a gran escala de fusión culinaria de California. En los días del bombazo tecnológico se llenaba de aventureros capitalistas e ingenieros "nouveau riche" todas las noches. Ahora estaban más que felices de alquilarlo durante lo que habría sido un flojo martes por las noche. Aún así, les habían cobrado 20.000 dólares y se había llevado un pedazo considerable del dinero de la "recompensa" que habían conseguido online.

Chloe y Paul estaban en la cocina observando a través de la rendija de la puerta cómo las marcas escuchaban atentamente al presentador del programa local de tertulia Sam Evers mientras este les arengaba el horror de las historias de la bufonada en el parque de Los Gatos. La multitud estaba engullendo todas y cada una de sus palabras, lo que no era sorpresa, dado que el locutor había sido el instrumento de que muchas de ellas estuvieran allí esa noche. La asamblea era rica y crédula, justo como ellos habían planeado.

Raff permanecía a unos pasos detrás de ambos con su teléfono apretado en una oreja y un dedo metido en la otra para bloquear el ruido de la cocina. Como Chloe, iba vestido con pantalones negros y chaleco de caterin. Paul, llevando un nuevo traje de etiqueta, era la cara de la operación, y hasta el momento era el único con cierta conexión pública con la organización de la recaudación de fondos. Con el pelo teñido de rubio, un mostacho falso pegado al labio superior y gafas, confiaba en que su cara no fuese fácilmente reconocible. Bajo el traje vestía relleno que añadía otras cuatro tallas más de cintura y le hacía parecer diez kilos más pesado de lo que era en realidad.

Abeja fue quien había cosido la indumentaria y él estaba sorprendido por lo cómoda que resultaba. Estaba teniendo algún problemilla con los zapatos que le hacían más alto y hacían su andar un poquito más tambaleante si no se concentraba.

Raff colgó el teléfono y se acercó hasta ellos.

—"Ese era el jefe de personal del Congresista. Viene de camino. Debería estar aquí en veinte minutos. Quizá treinta con la lluvia."

Conseguir que apareciese el Congresista había sido su mejor golpe. Un derechista notoriamente representativo del valle central. Andy Felson era querido en el circuito de las tertulias de radio y un célebremente exitoso recaudador de fondos. Su consentimiento para hablar traía un aire de credibilidad realmente necesario para sacar esta estafa, aunque les había costado una donación a su campaña de 10.000 dólares.

Evers estaba terminando en el escenario, despotricando sobre los terristas liberales y la amenaza que representaban a toda la gente buena y decente de América. Concluyó con su famosa frase: —"¡No aquí! ¡No en mi América!" - y la multitud se volvió loca. 

Geek Mafia - Trilogía Geek Mafia 1 de Rick DakanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora